Por Néstor Vittori
Por Néstor Vittori
En medio de la profunda crisis que vive la Argentina desde hace muchos años, tapada y oscurecida permanentemente por la coyuntura, y en especial por el discurso político, corporativo y social, que se renueva adquiriendo distintas formas de relato, creo que es conveniente aportar una visión macro-histórica, que nos oriente un poco en la pelea cotidiana por la verdad.
La Perestroika
Terminada la guerra civil en Rusia, después de la revolución, desde 1921, en el mundo quedaron vigentes dos sistemas económicos: el capitalismo liberal, que abarcaba dos terceras partes del planeta, y el comunismo, que en progresión llegó a ocupar un tercio del mismo.
La confrontación entre ambos sistemas durante la denominada Guerra Fría derivó, luego de 1945, en una fenomenal expansión de la economía y el desarrollo de los 30 gloriosos años del “Estado de Bienestar” en el mundo capitalista, que empezó a declinar a fines de los sesenta.
La economía del mundo comunista, que había tenido una sólida expansión industrial, fue también decayendo, para culminar con la implosión de su modelo de planificación centralizada y de propiedad estatal entre 1989 y 1992, bajo la “Glásnost” y la “Perestroika” conducida por Gorbachov, y que significaron el fin del comunismo en Rusia y su esfera de influencia.
Las causas de ese proceso fueron muchas, pero básicamente para el mundo occidental se encuentran en el descalce de las previsiones de número de población, las migraciones coloniales, la extensión del término de vida de la población, la incorporación de las economías emergentes del este asiático, con su evolución tecnológica y competitividad salarial, los desplazamientos industriales hacia los países de mano de obra barata, entre otras.
Para el mundo soviético, fue el atraso tecnológico y el fracaso de la gestión centralizada frente a un mundo global al que inevitablemente se incorporaba, que lo hicieron más incompetente, perdiendo peso en el comercio exterior sus productos industriales, primarizando su economía exportadora hacia el petróleo y el gas y otros minerales; integración para cuya competitividad no estaba preparado, salvo en el complejo militar industrial y el aeroespacial.
El nacimiento del Estado de Bienestar, producto del marxismo y el temor de las dirigencias ante el avance de esta ideología que era muy tentadora por sus reivindicaciones sociales, incorporó un nuevo actor en las relaciones entre capital y trabajo, que se profundizó con la Revolución de Octubre de 1917 que consagró a los bolcheviques en el poder en Rusia, instaurando el modelo del “Socialismo real” en ese país.
El New Deal
La crisis del 30 fue consecuencia de la proyección desastrosa de la Primera Guerra Mundial en las economías empobrecidas de sus protagonistas.
Con el New Deal, se incorporó el rol del Estado como actor de la economía, que hasta allí había tenido la función de marco en el juego de las fuerzas del mercado; aplicando políticas y recursos públicos para motorizar la salida de la crisis.
El New Deal significó desde el punto de vista ideológico, el reconocimiento del rol de la demanda en el juego virtuoso de la economía, para lo cual, en la crisis, el Estado debía intervenir aplicando políticas activas, aún endeudándose, para promover el consumo que movilizaría esa demanda en beneficio de la actividad económica en su conjunto.
Los resultados del New Deal no fueron demasiado virtuosos en sus efectos materiales. De hecho la actividad económica en 1939 en EE.UU. sólo había recuperado los niveles del principio de la crisis, pero ayudaron y fundamentalmente desterraron por muchos años de la doctrina económica el liberalismo a secas, que consideraba que el mercado se arreglaba solo.
A partir de esta crisis, la economía tuvo tres patas: el capital, el trabajo y el Estado. Nunca más el Estado pudo ausentarse del juego de la gestión económica, ya sea creando reglas, promoviendo desarrollos, generando equilibrio entre los actores en la economía capitalista occidental o involucrándose directamente en la planificación centralizada de la economía y asumiendo su gestión en el mundo comunista.
En nuestro país
Argentina, a partir del 30 inició el proceso de intervención del Estado en la economía, con la creación de las Juntas reguladoras del comercio de carnes y de granos, para intervenir en procesos de demanda cartelizada tanto de los frigoríficos exportadores como de las exportadoras de granos, sin perjuicio de atar buena parte de nuestro comercio exterior a nuestro principal y casi único comprador, Inglaterra, a través del Pacto Roca Runciman, muy criticado por el nacionalismo, pero que nos posibilitó seguir colocando nuestras carnes en el restringido mercado inglés.
La llegada de Perón al poder, terminada la Segunda Guerra Mundial, significó la profundización del enfoque económico desarrollista, en conjunción con un populismo de corte fascista, que aceleró fuertemente la intervención del Estado en la economía, al tiempo de la concreción de reformas laborales y sociales, en dirección al “Estado de Bienestar”, que resultaron posibles merced a la gran cantidad de recursos acumulados en nuestro Banco Central, producto del comercio de guerra.
La visión desarrollista de Perón estuvo condicionada por la convicción de que terminada la Segunda Guerra Mundial, la confrontación entre Estados Unidos y Rusia nos conduciría inevitablemente hacia una tercera guerra mundial, debiendo Argentina prepararse para sustituir importaciones necesarias para nuestro funcionamiento económico, desarrollando nuestra propia industria.
Pero la pronosticada tercera guerra mundial no se produjo, siendo sustituida por la “Guerra Fría” y su consecuencia: un período sin precedentes de expansión de la producción y comercio internacional que protagonizaron los denominados “años dorados del Estado de Bienestar”, en donde Argentina debió integrarse, asumiendo el costo de su desarrollo social y laboral, el costo de una industria no competitiva internacionalmente, el consumo de sus reservas financieras y un creciente déficit fiscal, que fue pronunciándose con el tiempo, encorsetando a los sucesivos gobiernos entre las presiones populistas del peronismo y la izquierda y el endeudamiento externo.
La crisis actual
Argentina enfrenta en este 2018 una nueva crisis que sintoniza con el mundo, profundizada por la llegada de Trump a la presidencia de EE.UU. y sus consecuencias: la renuncia parcial a la condición de gendarme del planeta con sus costos, el repliegue sobre su propia realidad, el abandono de una economía de mercado de sesgo multilateral y abierta junto al avance hacia un mayor proteccionismo y bilateralismo, que en el corto plazo ha fortalecido el desempeño económico del país del norte, con una tasa de crecimiento notable y también ha fortalecido su moneda, atrayendo hacia la misma una demanda mundial que abastecía a los mercados emergentes.
El espejo de esa situación ha sido la devaluación de las monedas de los países emergentes, en particular Turquía y Argentina, por sus altos endeudamientos, déficits fiscales y en nuestro caso, un pronunciado déficit comercial originado en el atraso cambiario, altos impuestos, incompetencia exportadora de nuestras industrias y las desgraciadas consecuencias de la sequía que restó 10 mil millones de dólares de exportaciones agrícolas; pero sobre todas estas cosas, la imposibilidad de financiarse en el mercado voluntario de crédito, por retracción de éste hacia las economías emergentes y en particular hacia los países endeudados como el nuestro, que no exhiben una producción de excedentes que aseguren el repago de sus deudas.
Una de las posibilidades que tenía Argentina para afrontar el financiamiento de este año y los próximos era recurrir al FMI como prestamista de última instancia -alternativa por la que optó el gobierno-, a una tasa competente pero con el monitoreo del organismo, que normativamente tiene establecido para este tipo de situaciones.
La otra alternativa, que es histórica y que nos condujo a donde estamos, fue la de financiarnos con emisión monetaria sin respaldo, y en cuyo camino se encuentra la crisis venezolana, la hiperinflación, a la cual nos encaminábamos aceleradamente con el anterior gobierno.
Creo que todos los argentinos vamos a tener que entender que los años gloriosos del “Estado de Bienestar” concluyeron, que el mundo es otro, que no perdona ineficacias e ineficiencias, que compite encarnizadamente por la supervivencia de los 7.500 millones de habitantes que tiene el planeta, y que situaciones como la nuestra deben verse como “estado de emergencia”, y encaminar la paciencia, la solidaridad y el renunciamiento, aportando desde el lugar que nos toque a la consigna de “salvémonos todos”, exigiendo a todas las dirigencias, ya sean políticas, corporativas o sociales que dejen de pensar en sí mismos y que piensen en el país y sus habitantes.
Los años gloriosos de “Estado de Bienestar” concluyeron, el mundo es otro, no perdona ineficacias e ineficiencias, compite encarnizadamente por la supervivencia de los 7.500 millones de habitantes que tiene el planeta.