Por Graciela Ribles
La realidad que nos duele (relato).
Por Graciela Ribles
Las historias llegan a mí porque necesitan una voz que las cuente. Historias de niños, adolescentes y adultos. Ellos me eligieron y yo no puedo callar.
***
El rancho es un cubito de cartón, una sábana descolorida divide la cocina de la pieza, el viento sur golpea la lona que cubre el techo haciendo temblar la estructura. "Un día de estos se va a ir a la mierda", pienso. Cuando nací mi madre estaba tan drogada que ni cuenta se dio de que había parido. En casa somos cinco, antes estaba el Pato, su novio, pero ahora está guardado en la cárcel de Coronda, es un fisura, ella lo visita una vez por semana, por eso no fue sorpresa cuando la panza se le empezó a inflar con otro embarazo.
El otro día la escuché hablar con la Luci, le decía que ahora es distinto, que están re enamorados y que el Pato le prometió que se va a hacer cargo del pibe.
― Leti, tengo hambre. Dice la Joana.
La Joana es mi hermanita, tiene seis años, le sigue la Joaqui con cuatro y medio y el Rodri, de tres. Salgo al patio y saco agua de un tacho. Enciendo el calentador, coloco la olla, espero que el agua hierva y le echo un paquete de fideos. Hace unos días vinieron de la iglesia con una caja llena de mercaderías, mamá no tuvo mejor idea que llevarle casi todo al Pato. Con tal de tenerlo bien atendido, no le importa que nosotros nos caguemos de hambre.
José entra sin pedir permiso, ya pasó los cuarenta, es nuestro vecino, vive en el rancho de al lado. Sobre la mesa deja una bolsa con papas, zanahorias y cebollas. Trabaja en el mercado de frutas y verduras que está enfrente del barrio.
― ¿La Colorada? Pregunta estirando el cogote.
― Se fue temprano para Coronda. Le digo.
― ¿Y vos qué haces gurisa?
― Le cocino unos fideos a los pibes.
― ¿Cuándo cumplís los once? Dice, prendiendo un pucho.
― El mes que viene. ¿Por?
― Para hacerte un regalo… ¿Qué más?
La tela que cubre la puerta se levanta, es un trapo viejo que encontré en el basural.
― Hola, José. ¿Qué andas haciendo? Dice mamá.
― Vine a traerles eso. Dice, señalando la bolsa que está sobre la mesa.
Ella se sienta, estira los pies, la preñez se le nota en el cuerpo delgado. Revisa las bolsas y dice:
― Para la próxima… ¿no conseguirás unas frutas para llevarle al Pato?
― Veo lo que puedo conseguir, esto lo saqué de los contenedores.
El Rodri le pide upa, con fastidio lo alza.
― Leti, dejá de boludear y serví la comida. Dice, señalando la olla.
Sobre la mesa pongo los platos, un paquete de fideos para seis es poco.
― Yo no voy a comer. Digo.
Reparto mi porción con los pibes y salgo afuera. Al costado del rancho hay un tronco que tumbó la última tormenta, me siento. En el bolsillo tengo un caramelo, me lo pongo en la boca, está dulce. Con la vista recorro el asentamiento. Lo más lejos que llegué fue hasta la autopista, persiguiendo el caballo del Pancho. Esa tarde, por el basural, lo encontré a José… no le gustó verme ahí y le llenó la cabeza a la vieja. Por su culpa me cagaron a palos. Todavía no lo perdono… ¿Qué piensa, que es mi viejo para controlarme?
Veo caer la noche sobre la villa, la silueta de los ranchos son una foto de pobreza y olvido. El hambre resuena en las tripas, es una música que duele. Cuando el José se va entro, los platos sucios están sobre la mesa. Los pibes y la vieja tirados en el colchón duermen, me acuesto a los pies, los huesos flacos se hacen un ovillo, cierro los ojos estoy muy cansada.
Hoy es mi cumpleaños. El Pancho golpea las manos, la vieja se asoma.
― ¿Está la Leti, doña?
― Ya te la llamo. Dice, haciendo una línea con los ojos.
― Afuera te busca el Pancho.
Dejo la taza sobre la mesa y salgo, lo veo recostado sobre el paraíso, es morocho, bruto como yo, que apenas si se leer y escribir.
― Feliz cumple Leti. Dice, entregándome algo envuelto en un papel arrugado.
― ¿Y esto? Digo sorprendida.
Lo abro, es una colita para el pelo con un pompón rosado.
― Para que te ates esas clinas, siempre andas toda despeinada. Dice.
― ¡Gracias!!! Le doy un beso en la mejilla.
― Qué hacés... no es para tanta emoción. Dice, pasándose la mano por la cara.
Lo miro, seguro que el beso le dio vergüenza, tiene la cara roja como la remera sucia que lleva puesta.
― Bueno guacha, me voy, tengo que ir a cartonear al centro.
Cuando el Pancho sube al carro entro.
― Mamá, mira lo que me regaló.
― Cuánta alegría por tan poco. Dice
― Para mí es mucho, vos no me regalaste nada. Le reclamo.
― Eso decís vos. ¿Quién pensás que te va a hacer las empanadas fritas que tanto te gustan?
― ¿De verdad mamá? Digo, abrazándola por la cintura.
― Dale, andá a lo del José y buscá la carne molida que compró para las empanadas.
Recorro los pocos metros que separan los ranchos. Golpeo las manos.
- ¿Quién es? Pregunta el José
- Soy yo, la Leti, vengo a buscar la carne molida.
- Pasa nomás piba.
El rancho está en penumbra, sobre la mesa veo la bolsa con la carne, extiendo la mano, los dedos tocan el nylon húmedo, el José me detiene.
― Esperá Leti, tengo algo para vos.
Camina hasta al lado de la cama y de abajo de la almohada saca un billete de mil pesos.
― Tomá, para que te compres un helado.
Guardo el billete en el bolsillo del pantalón.
― Gracias, voy a llevarle la carne a mamá.
José me rodea con los brazos, los huesos se resisten al fuerte apretón.
― Hace rato que te tengo ganas. Dice.
La boca de él atraviesa la mía, llenándola de saliva. Tengo náuseas. Cuando todo termina, salgo corriendo con la bolsa de carne. Entro al rancho llorando.
― Mamá, el José…
― Sí, ya sé, el José te hizo mujer... dejá de llorar y aprendé que en esta vida nada es gratis. ¿Trajiste la carne?
Necesito aire, corro hasta sentir un puntazo en el estómago. En el bolsillo los mil pesos, en la esquina el transa.
― ¿Qué sale un porro? Le digo.
― Mil cien, piba.
― Tengo mil… ¿me lo vendés igual?
― Por ser la primera vez lo dejo pasar, pero que no se te haga costumbre. Dice.
Meto la mano en el bolsillo y saco la plata, la colita que me regaló el Pancho cae en un charco de barro, el pompón rosado se tiñe de tierra y agua, un carro le pasa por encima. Cae la noche sobre la villa, voy para el basural, en la quema los pibes por un rato olvidan tanta pobreza.
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