Dejame que te cuente, Viejo, el sueño que me acompañó durante 572 noches: "Estamos ardiendo en La Olla. Éste es un monstruo grande que pisa fuerte de visitante. Casi como cuando la mudaron sus primeros habitantes, la ciudad capital quedó desierta, su población cruzó la frontera para presenciar este final. ¡Comienza la misa sabalera! Me santiguo: ¡En el nombre de El Pampa, de El Bichi y del Espíritu omnipresente de La Chiva! Tiene razón El Salmón: ¡Cacho se consagra como el Mick Jagger del litoral y Los Palmeras son los Rollings de la cumbia! Nos estamos congelando en La Olla: ¡Truena el firmamento y truena la tribuna! Es un duelo de hinchadas: ¿Quién grita más fuerte? ¿Los ángeles o el pueblo sabalé? Nos estamos ahogando en La Olla: se ahogan los gritos de gol, se ahogan las lágrimas entre gotas de lluvia, se ahogan las ilusiones, se ahoga el planteo táctico, se ahoga el campeonato. ¡Momento! ¡Hay esperanza! El Pulga parte las aguas de este diluvio paraguayo como Moisés frente al Mar Rojo y Negro. Nuestro profeta del 'buen pie' acomoda el balón en el punto penal; toma distancia. ¡Hay redención! Nuestro Luis Miguel va a cantar: '¡Gol! ¡Levántate, Negro, y anda que todavía falta un montón!' Pero la antojadiza pelota desobedece… Una y otra vez desobedece… ¡Ni en esta ensoñación mía quiere entrar! Me estrujo los ojos y recién ahora vislumbro al desnudo este escenario onírico: ¡El tucumano no tiene botines! ¡Calza patas de rana como el resto del equipo y por decisión del técnico! ¡Los nuestros están escamados! ¡Sus branquias están extenuadas! Como si esto fuera poco, en el arco de los ecuatorianos está La Virgen: ¡No sé si es la de Guadalupe o la del Valle! ¡Tiene el rostro desfigurado y el cuerpo magullado! Bajo los tres caños, María acaricia al niñito con las manos enguantadas y dice que no. El niño Jesús me saca la lengua en señal de revancha y dice que no. 'Para ustedes -dice en guaraní la profanada madre de Cristo-: ¡Sangre y luto!'"