Luis Niel (*)
Luis Niel (*)
No es extraño escuchar a mucha gente criticar los Derechos Humanos (DDHH) e incluso despreciarlos. Pero, ¿cómo se puede estar en contra de aquellos derechos que nos brindan nuestras garantías más fundamentales? El problema radica en que en los últimos años fue la izquierda quien se apropió de la potestad de dichos derechos. Fruto de esto que, como veremos, se basa en una mentira, mucha gente sólo ve el grosero manoseo ideológico, malintencionado y unilateral de los DDHH por parte de diversas agrupaciones de izquierda. Pero aquí no me detendré en esto, sino que en este breve espacio intentaré mostrar que históricamente la izquierda negó los DDHH, tanto en el plano teórico como en prácticamente todas sus manifestaciones históricas. Por supuesto, al hablar de izquierda, me refiero a la izquierda radical, marxista y colectivista, y no, por ejemplo, a los partidos socialdemócratas europeos.
Para sorpresa de mucha gente, referentes icónicos como Karl Marx o León Trotsky manifestaron un profundo desprecio por los DDHH. En “Sobre la cuestión judía”, Marx sostiene que los DDHH son los derechos de la sociedad burguesa y en tanto tales egoístas, es decir, derechos del hombre como individuo aislado. Caracterizados por Marx como derechos naturales, los considera además un invento del capitalismo para dar libertad individual a los burgueses para poder comerciar. Por ello, la abstracción del individuo y sus derechos en tanto ciudadano civil individual (liberal y egoísta) debe ser “superada” en el marco presuntamente emancipatorio de una sociedad sin clases. Por su parte, Trotsky, en un opúsculo llamado “La moral de ellos y la nuestra” -donde de “ellos” quiere decir de “la democracia del capitalismo liberal y progresista” (sic)- sostiene con desprecio que el concepto de DDHH implica una especie de sustancia que se encuentra por encima de toda clase social y que no es más que un “pseudónimo filosóficamente cobarde de dios”. Ante la imposibilidad de realizar evaluaciones morales, Trotsky se define como “amoral”: así como no hay ningún impedimento moral en asesinar a Franco (el ejemplo es de Trotsky), tampoco debe haber ninguna limitación moral (en nombre de los DDHH) a la revolución. En otras palabras, si hay que matar, torturar o violar cualquier derecho humano, no debería haber ningún problema, si es en pos de la revolución comunista, puesto que los DDHH son un invento de la burguesía y en tanto tales son individuales y egoístas. La revolución no debe estar sujeta a ningún “derecho humano”.
Esto fue exactamente lo que sucedió en las diversas manifestaciones históricas de la izquierda. Contrariamente a lo que sostienen los defensores de una supuesta izquierda marxista “ideal”, la implementación del marxismo no hizo otra cosa que aplicar al pie de la letra las recetas de sus teóricos, lo que tuvo como resultado gigantescas y multiformes masacres. Y esto no es una suerte de “mala praxis”, sino la consecuencia necesaria de un vicio de origen, puesto que la “Revolución”, por estar por encima de los DDHH, no tiene que rendir cuenta ante ningún “derecho inalienable” de los individuos, tales como el derecho a la vida o la libertad. La historia del siglo XX (de la URSS a la China maoísta, Europa Oriental, Sureste asiático, África, Cuba, etc.) pone en evidencia que el resultado fue siempre el mismo: genocidios, democidios, asesinatos, hambrunas programadas, terrorismo, autoritarismo e incluso totalitarismo; en síntesis, una sumatoria variopinta de violaciones sistemáticas de los DDHH. Como señalan numerosos estudios académicos, las víctimas de estas gestas revolucionarias superan los 100 millones, convirtiéndose de este modo en el movimiento político-ideológico de la historia que más víctimas carga sobre sus espaldas.
Ahora, ¿cuál es la raíz de este profundo rechazo a los DDHH? En este reducido espacio me limitaré a mencionar dos.
Primero, los DDHH son los derechos naturales, es decir, son un eufemismo secularizador de los derechos naturales. Queda claro que en tanto innatos, inalienables, no sujetos a ningún derecho positivo, etc., son, por su misma naturaleza, derechos naturales (y esto no implica necesariamente adscribir a un orden religioso). Las principales declaraciones históricas y fundacionales de los DDHH (como la Declaración de Independencia de los EEUU, o la Declaración Francesa de los Derechos del Hombre y del Ciudadano) afirman el carácter innato, auto-evidente, e inalienable, en otras palabras, natural, de los derechos a los que refieren. Segundo, los DDHH se encuentran histórica y conceptualmente relacionados al liberalismo. Mal que le pese a la izquierda actual, la historia de estos derechos se remonta a los clásicos liberales (de John Locke en adelante), cuyos principios fundamentales eran el derecho a la vida, la libertad y la propiedad privada: por supuesto, todos derechos del individuo, sobre los cuales se basa la clásica defensa liberal de las minorías ante eventuales imposiciones colectivas.
Sobre esta base iusnaturalista y liberal, puede entenderse mejor el encono originario de la izquierda hacia estos derechos fundamentales e individuales. Ahora, ¿qué sucedió a lo largo del camino para que la izquierda terminara adueñándose del discurso de los DDHH? ¿Cómo los más férreos sistemas autoritarios y totalitarios, así como las prácticas de guerras de guerrillas, se volvieron “de repente” conscientes del valor de éstos? La sospechosa “humanización” de la izquierda tiene muchas causas, pero podríamos al menos conjeturar una respuesta con el siguiente ejemplo: los llamados “jóvenes idealistas” de los 70 en Argentina (ERP, Montoneros, y otros) se encargaron de violar sistemáticamente los DDHH durante años (con asesinatos, ejecuciones sumarias, secuestros y torturas). Ahora, parece que sólo se dieron cuenta del valor de estos derechos, cuando “sus” DDHH (y podemos aplicar el juego pronominal propuesto arriba por Trotski) se vieron afectados por la brutal represión por parte de la dictadura. En otras palabras, en una suerte de maniqueísmo perverso, la izquierda sólo comenzó a defender los DDHH cuando los derechos afectados fueron los de sus propios grupos o intereses.
Resulta harto irónico e incluso tragicómico que la “posmo-izquierda” de nuestros días se presente no sólo como el paladín de los DDHH, sino además como la más férrea defensora de la libertad, la democracia, el respeto por la diversidad de opiniones, de la tolerancia, de minorías, etc., cuando el siglo XX no es otra cosa que un enorme documento testimonial que prueba categóricamente cómo la izquierda se encargó de pisotear toda libertad (individual y grupal), de ser anti-democrática (o bien de sostener simulacros de democracia), de imponer un pensamiento único, de eliminar a minorías (tales como los homosexuales), etc. La gran ironía de la historia es que aquéllos que se encargaron de violar sistemáticamente todo derecho en nombre de la “Revolución” sean los que ahora enarbolan las banderas de los DDHH, la democracia, las libertades, el reconocimiento de ciertos grupos (como los LGBTQ), es decir, todos principios y valores que remiten al liberalismo, al cual, en una suerte de perverso parricidio, acusan hoy de ser el origen de todos los males.
A modo de conclusión, propongo más bien una arenga: no dejemos engañarnos por el lobo con piel de cordero. La presunta izquierda “democrática”, “pluralista” y “defensora” de los DDHH no es más que una gran farsa. En otras palabras, dichos pomposos discursos humanitarios que como el canto de las sirenas de Ulises encantan vilmente a buena parte de nuestros jóvenes, son justamente la contracara de lo que la izquierda ha mostrado ser históricamente cada vez que llegó al poder o intentó llegar al mismo: un sistema autoritario e incluso totalitario, anti-democrático, sin división de poderes, sin garantías constitucionales, sin libertad, sin respeto a la vida de los individuos. En síntesis, sin Derechos Humanos.
(*) Investigador de CONICET / Profesor UNL
Doctor en Filosofía por la Universidad de Colonia, Alemania
Postdoctoral en la Universidad de Fordham, Nueva York, EEUU
Trotsky se define como “amoral”. (...) si hay que matar, torturar o violar cualquier derecho humano, no debería haber ningún problema, si es en pos de la revolución comunista, puesto que los DDHH son un invento de la burguesía y en tanto tales son individuales y egoístas.
Mal que le pese a la izquierda actual, la historia de estos derechos se remonta a los clásicos liberales, cuyos principios fundamentales eran el derecho a la vida, la libertad y la propiedad privada: por supuesto, todos derechos del individuo, sobre los cuales se basa la clásica defensa liberal de las minorías.