Juan Ignacio Novak
La espera valió la pena. Más de 2000 personas vivieron un día histórico en la cancha de Central.
Juan Ignacio Novak
Fueron más de 50 años de espera para un juego de apenas 90 minutos entre dos rivales históricos (en rigor serán 180 cuando se compute el partido que se disputará la semana que viene). Desde hace varios días el regreso del clásico entre Central y Argentino, cuya primera parte se concretó en la espléndida tarde del sábado, se convirtió en uno de los temas dominantes en la “agenda” sancarlina.
Ocupó los espacios centrales de los medios de comunicación y se coló en mateadas, asados, charlas callejeras y reuniones familiares.
Como rasgos típicos del folclore futbolero, los más veteranos aprovecharon para desempolvar recuerdos y anécdotas de los partidos que ambos clubes disputaron en otros tiempos y para poner a prueba la memoria a través del repaso de formaciones, resultados y goleadores. Mientras que los más jóvenes se prepararon con ahínco en la certeza de que estaban por vivir una circunstancia histórica.
Era lógico prever que todo ese clima previo teñido de ansiedad se iba trasladar al cotejo, que se vivió con muchísima intensidad y nerviosismo desde las tribunas que lucieron repletas. No sólo asistieron los hinchas de ambos clubes, sino también muchos aficionados al deporte, atraídos por la dimensión épica que cobró el encuentro. Los colores rojinegros de Central y albicelestes de Argentino, distribuidos en globos, banderas, camisetas y gorros se sumaron a los cánticos apasionados de ambas parcialidades y brindaron una configuración diferente a la habitualmente pacífica siesta sancarlina, que se vio revolucionada por el evento más esperado del año. El análisis del resultado final, de los pormenores y de los datos estadísticos que arrojó el partido, quedarán en manos de los especialistas.
Lo más importante de todo es que se vivió una auténtica fiesta popular que quedará grabada en la memoria colectiva. Que pasará a formar parte de la historia grande de una ciudad chica, que recuperó con orgullo una de sus tradiciones.