Por María Teresa Rearte (*)
“Con un oído en el Evangelio y otro en el pueblo”, Monseñor Enrique Angelelli
Por María Teresa Rearte (*)
“Con un oído en el Evangelio y otro en el pueblo”, Monseñor Enrique Angelelli
El poder religioso y político de su tiempo no soportó la solidaridad de Jesús con los desposeídos de este mundo. El poder dominador del tiempo de los mártires riojanos no permitió su acción evangelizadora. Ellos eran la expresión de un amor insoportable para un mundo que sigue estructurado sobre la injusticia y el desamor.
Junto a Monseñor Enrique Angelelli también sus colaboradores, el fraile franciscano conventual Carlos de Dios Murías y el sacerdote francés Gabriel Longueville, más el laico y padre de familia Wenceslao Pedernera, cambiaron su vida para ser testigos de Cristo y el Evangelio.
MÁRTIR
Podríamos preguntar quién es mártir. O cuándo se es tal. La respuesta podría ser expresada en una definición. No obstante es más apropiado expresarlo por medio de una respuesta reflexiva. Mártir es el discípulo de Cristo que asume -según palabras de las Sagradas Escrituras- el “cáliz” (Cf Mt 20, 22; 26, 39). Es decir, quien sigue a Cristo y confirma con su vida los valores del Evangelio. El martirio es la consecuencia de una opción de fe, ya sea por abierta confesión -como puede darse en el caso de la persecución religiosa explícita-, o por el compromiso activo por la justicia, por la verdad o la moral cristiana. Tal éste último, el caso de Santa María Goretti.
La noción de martirio admite poner el acento en el amor que está en la base del testimonio de los mártires, lo que se advierte en la Constitución Pastoral Gaudium et Spes y en la Constitución Dogmática Lumen Gentium, ambas del Concilio Vaticano II. Desde los primeros tiempos hubo cristianos llamados -y aún lo son hoy- a dar la vida en testimonio de amor a Cristo y al prójimo.
El caso del P. Maximiliano Kolbe, sacerdote franciscano polaco que murió en Auschwitz, es ejemplo de este amor, cuando asume voluntariamente el lugar de otro prisionero. Al P. Kolbe, tras sobrevivir dos semanas en la celda del hambre se le quita la vida con una inyección letal el 14 de agosto de 1941. En 1971 es beatificado por Pablo VI no como mártir; sino como “confesor”. En 1982 Juan Pablo II lo canoniza como “mártir”. En la homilía no usa la expresión “mártir de la fe”. Pero sí pone de relieve el testimonio de amor del P. Maximiliano Kolbe.
En los umbrales del Nuevo Testamento el Evangelio cita a san Juan Bautista, que sufrió la muerte no por una confesión directa de la fe, sino por condenar el adulterio (Cf Mc 6, 17-29). El que es nombrado por Juan Pablo II en la encíclica “Veritatis splendor” (91), porque “murió mártir de la verdad y la justicia”. Por lo que se advierte que la causa del martirio es un bien divino, que está por encima del bien humano. Aunque también hay que advertir que la defensa de un bien humano puede ser causa de martirio, si está referido a Dios. La búsqueda de la justicia puede serlo. Lo fue la voz profética del Obispo Angelelli, que incomodó al establishment argentino.
EL ODIUM FIDEI
El odium fidei no es sólo odio a la profesión de la fe. Al hecho de ser cristiano, como era el caso de los primeros mártires del cristianismo, o puede serlo hoy de los cristianos que son víctimas del fundamentalismo islámico.
El odium fidei es también el odio a conductas que se derivan de la fe. La comunión con Cristo crucificado sitúa a los mártires en una especial comunión con todas las víctimas de la violencia en el curso de la historia. Mártir es -por lo tanto- también el que da la vida en solidaridad con las víctimas. Con los últimos de este mundo. El martirio es dar la vida como Cristo. Y por la causa de Cristo.
Hay un vínculo inseparable entre la fe cristiana y los pobres. Al que así se refiere el Papa Francisco en la exhortación apostólica “Evangelii gaudium” (48): “¿A quiénes se debería privilegiar? Cuando uno lee el Evangelio, se encuentra con una orientación contundente: no tanto a los amigos y vecinos ricos sino sobre todo a los pobres y enfermos, a esos que suelen ser despreciados y olvidados, a aquellos que ‘no tienen con qué recompensarte’ (Lc 14, 14)”.
Sería una interpretación intelectualista de la fe pensar que el odium fidei sólo se puede aplicar en la explícita agresión contra la doctrina cristiana. E incluso llevaría a concluir que sólo un no cristiano puede ser el causante de los martirios. Por ejemplo por una decisión de gobernantes ateos. Si así fuera un cristiano que se confiesa como tal no podría odiar la fe. Y por lo tanto no provocaría la muerte martirial de otro cristiano. Por lo cual es importante comprender que el odium fidei también debe entenderse como un odium amoris. Lo que explica la aversión criminal hacia las conductas con las que un mártir testimonia su amor a Cristo. Estas precisiones son importantes para entender el fundamento de la declaración del martirio del Obispo Angelelli, llamado el “Obispo de los pobres”, y sus colaboradores.
Es también importante aclarar que -según su interpretación- los militares que así actuaban decían hacerlo en defensa de la patria y la fe. Y contaban con la anuencia de algunos sectores católicos, que consideraban que había que purificar la Iglesia de los obispos “rojos”, que se habían dejado corromper por el marxismo. Sobre este tema se expide la IIIª Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en el Documento de Puebla, bajo el título de “Visión estatista” (314) sustentada en la llamada doctrina de la Seguridad Nacional. La que “se presenta como un absoluto sobre las personas; en nombre de ella se institucionaliza la inseguridad de los individuos”. Y de inmediato el documento proclama que “es grave obligación nuestra proclamar (...) la dignidad que a todos, sin distinción alguna les es propia” (316).
Fue el Papa Benedicto XIV (1740-1758) quien elaboró las normas para los procesos de canonización. E introdujo la condición del “odium fidei” para el reconocimiento de la autenticidad del martirio. Desde esta posición sólo es mártir quien como Cristo muere por el amor que puede encarnar en toda su vida. Se trata no sólo de profesar la fe. Sino también de la fe expresada por medio de las obras buenas, que quedan así comprendidas en la profesión de fe.
Por su parte Benedicto XVI explicaba en un discurso a la Congregación para la Causa de los Santos que: “Es necesario que aflore directa o indirectamente, aunque siempre de modo moralmente cierto, el odium fidei del perseguidor. Si falta este elemento (...) no existirá un verdadero martirio según la doctrina teológica y jurídica perenne de la Iglesia”.
REALIDAD LATINOAMERICANA
La memoria del Obispo Enrique Angelelli como la del Obispo salvadoreño Oscar Romero están ambas envueltas en la bruma de la sospecha, por el clima de agitación política de sus respectivos países. No obstante, debe quedar claro que las circunstancias políticas del martirio no guardan relación con ninguna militancia política partidista ni adhesión a ideología alguna, de parte de los Obispos. La dimensión política de sendos martirios arraiga en la dimensión social del Evangelio, que no puede ser encerrado en los términos de una abstracción, sin relación con la vida y la historia de los hombres.
Por lo cual la IIIª Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en el Documento de Puebla sostiene que “la Iglesia se hace presente en las raíces y en la actualidad del continente” (4). Y hace memoria de que “intrépidos luchadores por la justicia, evangelizadores de la paz” (8), como Antonio de Montesinos y Bartolomé de las Casas, y muchos más, defendieron a los indios ante conquistadores y encomenderos. Continuará en (II).
Nota: ‘In odium fidei’: expresión latina que significa ‘en odio a la fe’.
(*) Ex profesora universitaria y del nivel superior. Escritora.