Mauricio Yennerich
Mauricio Yennerich
Joseph Stiglitz, sostuvo a fines de los 80 que la “discusión no debería ser si el Estado debe implicarse, sino cómo debe implicarse. La cuestión central no sería así el tamaño del gobierno, sino las actividades y los métodos del gobierno. Los países con economías exitosas tienen gobiernos implicados en una amplia gama de actividades”.
Las políticas que se están aplicando en Argentina, van en sentido contrario. De raíz liberal, “en el mal sentido” diría un amigo, es decir, liberal-conservadora, el argumento que domina el discurso del gobierno y de la opinión pública oficial, sostiene que el déficit se elimina por la vía de la austeridad, del achicamiento del sector público, que, por cierto, en vistas a las contrataciones y gastos de representación recientes, constituye más una proclamación que una práctica.
Así las cosas, el menor ritmo de recaudación tributaria, vinculado a un ingreso por debajo del previsto en derechos de exportaciones y a un contexto recesivo, producido, en gran medida, por las políticas de la propia administración del Estado nacional, pone en duda, una vez más, la eficacia del déficit cero. Es preciso poner en cuestión el estilo obcecado del constrictor público. Las consecuencias del “enfriamiento” de la economía, es decir, el carácter recesivo, regresivo e inflacionario del proceso que desacelera ostensiblemente la actividad económica y que fue indirectamente observado como mecanismo para mitigar el déficit primario del Sector Público, aún no han sido reveladas; parafraseando al Borges de El jardín de los senderos que se bifurcan, las consecuencias no han sido reveladas.
La paz cambiaria alcanzada por el esquema de flotación a dos bandas implementado por la gestión Sandleris del Banco Central, sumada a la disminución del riesgo país a valores entre 650 y 700 puntos, es decir, casi 200 menos que en diciembre, no pueden ocultar la cuestión de fondo: el rojo fiscal. Al pago de intereses de deuda, $ 388.940 millones (2,8% del PBI), debe computarse el déficit financiero de 2018 que fue de $ 727.927 millones. “Es una deuda que tomó Argentina a lo largo de muchos años”, reza el argumento oficial, que busca distribuir un poco las responsabilidades. Sea como fuere, este año, el monto de la deuda por intereses alcanzará, de mínima, $ 416.721.428.571.
La gestión económica en su laberinto
Ese rojo, que forma parte de una deuda pública sedimentada, aparece levemente mitigado por la señal de salud financiera que supone la cancelación de deudas flotantes, las de corto plazo y menor volumen. En tanto, la economía real, por ejemplo, el sector textil, vendió 25% menos en 2018 que en 2017, a eso nos referimos con enfriar la economía, bajar el nivel de actividad, receta discutible, toda vez que, según dicta la metáfora galena “matar al enfermo para bajarle la fiebre”, es eficaz, pero a la larga, no muy recomendable. Éste es el laberinto en el que estamos metidos merced a la estrategia de enfriamiento y re-primarización de la economía implementada por el gobierno: menos oportunidades de empleo en el sector privado, que vuelve, lógicamente más atractivo el empleo público, lo que agrava el problema del equilibrio de gastos y agudiza la dependencia externa. Como si fuera poco, ahora somos socios de los velociraptors del mundo de las altas finanzas.
En definitiva, la meta del equilibrio fiscal primario, debe pasar por varios escollos: recortes de gastos indispensables, entre los cuales está incluido el debate previsional, lo que abre un frente de tormenta, ya que, para un sector mayoritario de la sociedad, los jubilados no son variables de ajuste; una desaceleración de la inflación más rápida que la prevista, toda vez que los procesos inflacionarios ayudan a licuar deuda pública; una recesión más prolongada, cuyas consecuencias, como se dijo, en términos de estallido social y facturación electoral, “aún no han sido reveladas”; un shock externo que podría afectar a las exportaciones, habida cuenta de la fortísima gravitación que la reintroducción de las retenciones a las exportaciones de soja, maíz y trigo, tiene para el fisco nacional, ya que aportaría $ 220.000 millones y, como última dificultad de la enumeración, pero no por ello menos importante, podría registrarse otro salto abrupto del tipo de cambio.
Señora Privatización
Como signo de época y para que quede claro que no somos ni nunca seremos Venezuela, se llevará adelante una de las operaciones comerciales de mayor calibre en la que están involucrados privados y el sector público: se trata de la apertura del concurso para la primera gran privatización de dos usinas eléctricas que estaban en manos de la estatal Enarsa-Ieasa.
Pampa Energía, Central Puerto e YPF luz, son las compañías que pugnan por el control de las centrales termoeléctricas Brigadier López, ubicada entre Santo Tomé y Sauce Viejo, en Santa Fe y Ensenada de Barragán, en La Plata, Buenos Aires. Las mismas demandaron una inversión de $ 1.000 millones al gobierno de Cristina Fernández, amortiguada en parte por un préstamo del Fondo de Garantía de Sustentabilidad del Ansés, del que fue titular Luis María Blaquier, durante la gestión de Emilio Basavilbaso, que culminó con su renuncia en diciembre de 2016, fondo en el que también partició Enrique Boilini, hoy integrantes de Lone Star, board en el que se frotan las manos por una participación minoritaria en la privatización de las Centrales, pues, obviamente, son profundos conocedores de la ingeniería financiera que hubo detrás de su construcción.
Empresarios y elecciones
La opinión pública empresarial, vista desde el punto de vista del electorado, puede dividirse en varios grupos. Los que están cansados de Cambiemos; otros que están hartos, específicamente, del propio presidente Mauricio Macri y los precavidos que desconfían del repunte de imagen de la gestión, pero que tampoco están convencidos de que venza al kirchnerismo. En general, ninguno está conforme, incluso Marcos Galperín, CEO insignia del macrismo, tiene motivos para quejarse, ya que ahora tributan las exportaciones de servicios.
De fondo, más allá del bien y del mal, la esperanza de la tercera vía, la quimérica agonía de las divisiones: Roberto Lavagna. Jairo Straccia, periodista económico, olvidando que Lavagna negoció mejor que nadie la deuda externa y fue el timonel de la recuperación histórica de la economía Argentina tras la crisis de 2001, desliza una tesis, sin embargo, muy interesante. Postula que la principal virtud de Lavagna es su cintura política y no su posición económica definida y eso es lo que lo hace tan temible para sus oponentes. En buen romance, diríamos: cualquier bondi lo deja bien ¿O acaso no se trató de eso la famosa transversalidad nestoriana?
La paz cambiaria alcanzada por el esquema de flotación a dos bandas implementado por la gestión Sandleris del Banco Central, sumada a la disminución del riesgo país a valores entre 650 y 700 puntos, es decir, casi 200 menos que en diciembre, no pueden ocultar la cuestión de fondo: el rojo fiscal.
Éste es el laberinto en el que estamos metidos merced a la estrategia de enfriamiento y re-primarización de la economía implementada por el gobierno: menos oportunidades de empleo en el sector privado, que vuelve más atractivo el empleo público, lo que agrava el equilibrio de gastos y agudiza la dependencia externa.