María Angélica Sabatier (*)
María Angélica Sabatier (*)
En 1914, un arqueólogo y su socio se encuentran en el desierto de Egipto estudiando unos grabados en las paredes de un templo antiguo. Los grabados dicen que cada 5.000 años llega a la Tierra un ser llamado El Maligno. Unos extraterrestres conocidos como Mondoshawan llegan al templo para retirar desde una cámara secreta, con el fin de custodiarla, la única arma capaz de derrotar el Gran Mal que aparece cada cinco mil años. El arma está formada por cuatro piedras, que representan los cuatro elementos (agua, aire, tierra y fuego), y un sarcófago que contiene un Quinto Elemento en forma de un ser humano, que combina el poder de los otros cuatro elementos en una “Luz Divina”... (del argumento de El Quinto Elemento).
El abordaje reciente de la historia y el futuro de los viejos pilares del ferrocarril sobre la laguna Setúbal deja varias lecciones y mucho para pensar. Sostenibilidad, Resiliencia y Movilidad son los tópicos centrales de una experiencia novedosa por su formato, que logra poner en emergencia asuntos en los que debemos pensar con alguna urgencia, porque es el hábitat que tenemos hoy y nos prometemos para el futuro, el nuestro y el de las generaciones futuras, que afrontan escenarios de alta incertidumbre en muchos aspectos. Tenemos la obligación de no sumar nuevos riesgos, reducir toda posible vulnerabilidad y crear condiciones que contrarresten el cambio climático que no se detiene.
A modo de introducción, anotar que los 5 pilares (el de cabecera oeste y los 4 que se alinean hacia el este) han sufrido el paso del tiempo y la acción de los elementos naturales. La crecida del Paraná del 82-83 ocupó durante meses un valle que ya tenía importantes alteraciones, cambiando la morfología del sistema Leyes - Setúbal, a fuerza de erosión de márgenes, cambios drásticos en las profundidades, en las corrientes y la traza de riachos. La caída de la pila del Colgante es evidencia irrefutable de ello. La transformación de la punta norte de lo que hoy es la Costanera Este, que borró del mapa las instalaciones originales de Piedras Blancas, es otra. El estado de la Costanera Oeste post crecida es otra.
El mismo sistema que muestra cambios a posteriori de cada crecida importante ocurrida en los 36 años siguientes, cambios potenciados por intervenciones que se fueron dando por la enorme modificación del uso del suelo en la zona, incorporando a la trama urbana, con sus particularidades, un área que hasta entonces tenía un índice muy bajo de viviendas permanentes.
Esto no es algo que no se sabía. A poco de iniciarse la bajante se advirtió -a través de una extensa nota publicada por este diario- del enorme riesgo que implicaba expandir la ciudad hacia el este, enclavando un modelo de urbanización que superó largamente la capacidad de carga de un área cuyo mandato natural es inundarse y retrasar el escurrimiento, esto es, no tiene condiciones naturales para evacuar, sino para acumular. Lo que no se transforma con obras... o sí, pero la naturaleza pasa facturas varias y reiteradas. Una mera lluvia intensa hoy -cada vez más frecuente calentamiento global mediante- sobre el distrito de la costa deja por días una serie de consecuencias que son también evidencia irrefutable.
Tender y extender terraplenes de defensa -imprescindibles a esta altura-, tanto como poner límites a una urbanización que se no detiene, implica tomar especialmente en cuenta las lecciones de la experiencia. Para que el lector tenga una idea, en un área como la que caracteriza al Distrito de La Costa una alteración de cotas que puede parecer mínima, lo que sucede en la mayoría de las propiedades allí construidas (se levanta la pileta, se altea la casa, etc.) genera un encadenamiento de efectos que se suma a los causados por obras de porte. El resultado es un sistema profundamente vulnerabilizado ante los elementos meteorológicos, hidrológicos, hidráulicos y ambientales en su acepción más abarcativa. Esta vulnerabilidad debe ser limitada al máximo y en lo posible, disminuida a través de estrategias expresamente orientadas a este propósito.
Rodeados de agua
Nuestra condición de península entre dos sistemas fluviales, el Paraná por el este y el Salado por el oeste, requiere de muchos “puentes” y muchos tipos de ellos. El esquema de movilidad, la red vial, el trazado de rutas y accesos es un elemento muy importante es este tipo de sistema porque su alcance -impacto en términos cotidianos- refuerza, a la corta o a la larga, el cambio de uso de suelo. Debe verse en un esquema multidimensional que sume otros elementos.
La movilidad moderna se caracteriza por su diversidad, su versatilidad, por incluir diferentes componentes de conectividad, por ofrecer diferentes modalidades, priorizando las más adecuadas, las más naturales y flexibles. En un ambiente fluvial lo natural es navegar, trasladando por agua pasajeros y cargas, cambiando el modo de garantizar la movilidad. Santa Fe y su área metropolitana no puede plantear su esquema de movilidad sólo por conexiones viales consolidando el creciente flujo de vehículos, que por otra parte consumen enormes cantidades de combustibles fósiles, que generan muy importantes emisiones de gases de efecto invernadero.
Y aquí, una nota no al pie. Disminuir emisiones significa también aumentar y mantener un parque arbóreo de proporciones; no sólo no eliminar ejemplares añosos, que son los que más retienen CO2 sino además expandiendo sin descanso el número de ejemplares a lo largo y ancho de las tramas urbanas y sus peri entornos. Y no sólo en lo público, también en el ámbito particular, los ciudadanos deben ser parte de esto, porque el ser propietario conlleva responsabilidades no sólo derechos ciudadanos. Hay exitosas experiencias en este sentido, que han logrado que cada contribuyente tenga al menos un árbol en su propiedad
Washington, la capital de un país capitalista a ultranza, muestra un aumento gradual de ese capital arbóreo desde el centro a su periferia, al punto que muchas partes de la ciudad no se ven casi desde el aire, algo logrado por practicar durante años un urbanismo centrado en la calidad de vida. Londres acaba de encarar la plantación de 80.000 ejemplares en un plan que se repetirá año tras año. Ser resiliente es sobre todo preparar a las ciudades ya sin demora para bajar las emisiones de CO2 y eso es en buena medida oponer la isla de sombra a la burbuja de calor que significa la jungla de cemento. Mini-bosques urbanos en plazas y paseos pero también en terrenos baldíos, jardines verticales, pergolados longitudinales y transversales.
Los cinco pilares
Ahora, el punto en concreto: los 5 pilares de laguna son la excusa perfecta para pensar la movilidad de toda Santa Fe. Buscar esquemas graduales de una movilidad que contribuya a la sostenibilidad local -que excede lo estrictamente urbano- significa principalmente encontrar aquella de menor contribución de emisiones posible. Eso es menos autos, más facilidades para bicis y peatones.
Es también más y mejor transporte público en todas las modalidades. Y aquí emerge la navegación fluvial. El área metropolitana tiene de norte a sur y viceversa una autopista natural totalmente desaprovechada. Descomprimiría enormemente la presión que muestran rutas y accesos viales que siempre quedan atrasadas por el aumento del tránsito y tráfico.
En la escala micro, de Varadero Sarsotti al norte la ciudad tiene posibles puntos de embarque y desembarque sobre la margen oeste, incluyendo el pilar cabecera, el quinto elemento. En la escala meso, de Sauce Viejo hacia el norte y en la más macro desde Coronda hacia el norte, en este caso trascendiendo hacia localidades costeras al norte de Santa Fe. El gobierno local tiene inmejorables condiciones por el posicionamiento que ha asumido para encarar un desarrollo en este sentido, tomando como ejemplo local el de las lanchas colectivo el delta del Paraná y nuevos servicios que conectan San Fernando o San Isidro con el corazón de CABA con bici a bordo y todo.
Una última reflexión, que viene muy al caso: la Sostenibilidad es un atributo sistémico, se analiza, se piensa y se procura de modo multidimensional a escalas que aseguren el vínculo de una ciudad con su entorno ampliado y eso incluye a las poblaciones vecinas, y el escenario natural donde están insertas, que no es implica ampliar la mirada y leer las relaciones más que las componentes en sí mismas. Sostenibilidad implica -entre otras cosas- previsibilidad, poder prever lo que va a pasar si se hace o se deja de hacer. Resiliencia es hacer todo lo necesario para disminuir la vulnerabilidad, de los sistemas naturales, los socio-sistemas como las ciudades y de todas las personas, ante todos los riesgos posibles.
El calentamiento global y el cambio climático -por mencionar los principales efectos de una crisis civilizatoria de escala planetaria- requieren una de múltiples estrategias simultáneas elegidas con participación ciudadana y una alta cuota de creatividad colectiva a todos los niveles.
(*) Ingeniera en Recursos Hídricos, Magister en Gestión Ambiental. Docente Investigadora FADU UNL en Ciudadanía y Desarrollo con Sostenibilidad y Sostenibilidad Local y Participación Ciudadana.
Buscar esquemas graduales de una movilidad que contribuya a la sostenibilidad local, significa principalmente encontrar aquella de menor contribución de emisiones posible.