María Azucena Catania
María Azucena Catania
El pasado domingo 19 de agosto felicitamos a todos los niños y niñas deseándoles que fueran realmente felices, con tantas cosas dedicadas a ellos en ese su día de calendario. Se lo merecen y a manos llenas. Sin embargo siempre hemos pensamos que todos los días de la vida deberían ser el día del niño y de la niña en cuanto a la atención que les debemos. En primer lugar a sus necesidades básicas como son la salud, la alimentación y protección, y sumadas a éstas, las que tienen que ver con el juego, la promoción de su creatividad e imaginación, el estímulo de todas sus capacidades, que -si es el adecuado- permitirá una correcta evolución en cada etapa de su crecimiento, siempre teniendo en cuenta que dicha permanente atención, debe estar sustentada en el amor y respeto incondicionales expresados sin retaceos. Sin embargo, hoy, nuestro mayor homenaje pretende ser para el Niño que todos y todas llevamos dentro.
El Niño interior
El primer Niño nacido en la historia de la humanidad llegó para quedarse, nunca se fue, es pasado, presente y futuro de la vida de todos. Está y estará porque siempre estuvo con nosotros y en nosotros. Nunca nos dejará, estará presente en todas nuestras acciones acompañándonos durante toda la vida. Es nuestro Niño interior. Algunos los llevamos muy adentro, otros a flor de piel. Tiene las mismas propiedades que teníamos cuando éramos pequeños: nuestros sueños, aptitudes, gustos, necesidades, también nuestras frustraciones y dolores. Pero, a pesar de esto último, no debemos sofocarlo sino más bien permitirle que venga a nosotros.
Los expertos en psicología, dicen que cuando nos desconectamos de nuestro Niño interior muchas veces quedamos sin motivación, inhibidos, sin saber cómo continuar: hemos cortado lo más vital de nuestro ser, la parte que pugna por crecer, descubrir y recrear. Si hemos enterrado a nuestro Niño en un lugar demasiado profundo, la vida comenzará a parecernos anodina, pues el Niño es quien posee la capacidad de asombro, es él quien puede maravillarse frente a las cosas más sencillas y encontrar el valor que la vida tiene por sí misma.
Ese Niño interior guarda todas las impresiones que le afectaron: frases y gestos que le angustiaron, exigencias agobiantes, necesidades insatisfechas y también la ternura, el cuidado, la caricia del amor que recibió, las alegrías, los juegos y muchos otro recuerdos entrañables.
Estas reflexiones de ninguna manera intentan ser una especie de tratado psicológico o antropológico, que por otro lado no correspondería por no ser yo misma ni psicóloga ni antropóloga, sino que apenas representan el deseo de compartir ciertas experiencias acumuladas por estudios, observaciones, vivencias y testimonios, durante toda una vida dedicada a los niños y sus adultos. El objetivo principal, en este caso, es proponer apelar al Niño interior de cada uno para que venga en nuestra ayuda al momento de relacionarnos con los niños o las niñas actuales, los que están a nuestro lado, los más cercanos.
Así como muchas veces apelamos a las fotos que duermen en un álbum o en un cajón, para recordar a quienes ya no están con nosotros y cuyos rostros y vivencias el tiempo ha ido diluyendo, también podemos buscar vernos a nosotros a la misma edad del niño de ahora y, viéndonos, recordar los buenos o malos momentos vividos en cada circunstancia, aquellos que nos confundieron o entristecieron pero sobre todo los que nos alegraron.
“No hay nada más importante, ni más sano, ni más útil para el porvenir, que algún recuerdo y mucho más si pertenece a la infancia. Un hermoso recuerdo conservado es quizás la mejor educación; recogiendo muchos de esos recuerdos, el hombre se salva para siempre”, dijo Fiódor Dostoyevski.
Muchos alegarán que los niños de ahora no se parecen a los de antes. “Crecen tan rápido”, “son tan despiertos”, “manejan la compu mejor que uno”, “me corrige y encara cuando me equivoco” se escucha decir en corrillos de madres, padres, abuelos, maestros... y tienen razón, porque el mundo que actualmente rodea a nuestros hijos e hijas, no es el mismo que nos rodeaba en nuestra infancia o adolescencia. Como tampoco es el mismo que en otras partes del globo, sin embargo, los que hemos tenido la dicha de andar por otros lares conociendo muchas otras infancias, podemos decir, sumado al conocimiento de los entendidos, que todos los niños y niñas son idénticos en su esencia, que todos tienen la misma necesidad de amor, de protección y de guía. Por eso es que damos tanta importancia a los primeros años de la vida, porque una vez cubiertas esas primeras e idénticas necesidades básicas, irán adaptándose naturalmente a sus propios entornos y a convivir (o sobrevivir) en ellos, con seguridad, creatividad y confianza en sí mismos y en los demás.
Finalmente, luego de este simple ejercicio evocativo, atrayendo y reteniendo a nuestro Niño Interior, poniéndonos frente al niño o niña de hoy, respondamos a sus requerimientos, como hace años nosotros necesitábamos que nos respondieran.
Qué interesante y positivo sería poder recuperar nuestro Niño Interior, justamente en homenaje a los niños y niñas de hoy en todos sus días. “Cuando el hombre no madura es porque lleva dentro de sí un niño desdichado e inconsolable”, escribió Florencio Escardó. A lo que agregamos: “Cuando un hombre logra su cabalidad es porque lleva dentro de sí un niño feliz por amado”.
Así como muchas veces apelamos a las fotos que duermen en un álbum o en un cajón, para recordar a quienes ya no están con nosotros y cuyos rostros y vivencias el tiempo ha ido diluyendo, también podemos buscar vernos a nosotros a la misma edad del niño de ahora y, viéndonos, recordar los buenos o malos momentos vividos.
Ese Niño interior guarda todas las impresiones que le afectaron: frases y gestos que le angustiaron, exigencias agobiantes, necesidades insatisfechas y también la ternura, el cuidado, la caricia del amor que recibió, las alegrías, los juegos y muchos otro recuerdos entrañables.