Por Alejo Román París (*) | [email protected]
Por Alejo Román París (*) | [email protected]
Sintió las agujas del frío perforando su sangre, el pánico lo mantenía inmóvil pese a la picana que intentaba removerle las entrañas y al submarino que intentaba ahogarlo en el miedo. Había pasado mucho desde que su tiempo habíase detenido in eternum. Ahora era nadie, o quizás tan solo algo que antes fue alguien. En su último suspiro, logró entender las palabras de Lovecraft: “No está muerto lo que puede yacer eternamente, y con el paso de extraños eones, incluso la muerte puede morir”. Frente al espejo e inmóvil, vio a su reflejo transfigurarse por completo, como si respondiese a la marcha de su alma perturbada. Su imagen perdió cualquier rasgo y su reflejo fue esfumándose de a poco; su alma habíase perdido en una extraña nebulosa y su cuerpo era ya una sombra sin rostro. Tiempo y espacio ya no eran sus variables. Estaba pero no estaba, era pero no era; había muerto, pero no del todo. Su ser vagaba en un limbo que mediaba entre dicotomías lingüísticas y escapaban al razonamiento de quienes significaban su existencia. Había asesinado a la muerte, y ahora divagaba en una eternidad que enajenaba a la humanidad.
No sé si habrá un infierno como el de Dante, pero si Miguel de Unamuno tuvo razón, entonces el infierno sí existe. La ausencia de un sistema de retribuciones como las religiones lo pregonan, la falacia del juicio final que se quita el velo y se descubre perversa, sonriendo con la demencia del engañador; la injusticia, ése es el verdadero infierno. Y este mundo sin rumbo claro, sumido en el caos de la falta de lógica, deja caer todo lo que algún día se tejió en él. Buenos y malos, cuerdos y locos, vida y muerte; dejan de ser tales a partir de una línea que se difumina lentamente. Y este nuevo mundo del caos sí acepta aquellas palabras de Howard Philip Lovecraft, donde y cuando la muerte puede morir.
El orden se altera, el movimiento continuo deviene en el caos, los límites dejan de existir. ¿Será nuestra incapacidad lingüística la que nos lleva a refugiarnos en la concepción de un mundo sumido en el orden falaz de un sistema de retribuciones? ¿Cómo podemos entender fuera de los límites? ¿Cómo podríamos escapar a la dicotomía del lenguaje? La daga de la literatura del terror vio su génesis para desgarrar en los miedos de la humanidad.
El fantasma en el castillo incomoda, no cuadra en el juego dicotómico, es un ente que no está muerto y tampoco vivo. El escritor irlandés Bram Stoker continúa esta línea, inspirado en el personaje histórico Vlad Tapes, crea a Drácula; un muerto viviente, un “no vivo”. Stoker contrajo sífilis y murió sumido en la enajenación de la realidad a la que impulsa la enfermedad. Quizás, para algún guión literario (posible secuela de “El loco de Turín”), el irlandés pudo haber sufrido las consecuencias de desafiar a los límites del lenguaje.
Robert Luis Stevenson, en “El extraño caso de Dr. Jekyll y Mr. Hyde”, materializa la ruptura del límite en la dualidad humana. Suelta las correas al lobo de Thomas Hobbes, el salvaje escondido en el inconsciente, hábilmente expresado por el autor en el nombre de su obra, sale a la luz abandonando binarismo y es capaz de cometer las peores atrocidades. El hombre, en uso de su libertad plena, puede ser su propia peor pesadilla; un preludio a la teoría freudiana. Inconforme con el binarismo, Jekyll quiso extraer una de las caras de la humanidad, el escape al juego lingüístico de pares opuestos trajo drásticas consecuencias para el Dr. Jekyll.
El mismo Edgar Allan Poe explora los misterios de la dualidad humana en relatos como “El hombre de la multitud”, alienando a un narrador que observa desde un café a una Londres sumida en la enajenación diaria de las grandes urbes. La dualidad humana desdoblada; el ritmo del progreso humano, expreso en el crecimiento de las urbes como enajenador de los límites de la humanidad, aunque invisible a la conciencia.
Las mitologías que se repiten en diversas culturas han intentado dejar claro que el hombre, por más perfecto que pueda ser, nunca será un dios. El mensaje queda claro en los mitos de Aquiles y Sigfrid, sólo por citar dos. Pero el progreso aparece como un signo de la humanidad, el hombre no acepta su destino de imperfección, la ignorancia es enemiga. En “Frankestein” de Mary Shelly vemos una obra literaria con una fuerte raíz en el mito de Prometeo, donde el titán roba el fuego sagrado a los dioses para otorgárselo a los hombres. Ese fuego sagrado era el conocimiento, y también el puente entre lo humano y lo divino. Aquel pequeño atisbo de divinidad, y por tanto de perfección, bastó para que la humanidad no acepte su destino de ignorancia, de la imposibilidad de ser el narrador omnisciente de su novela. La humanidad se revela incapaz de concebir la realidad en su total dimensión, el filtro lingüístico limita la capacidad de pensamiento. Allí la ignorancia deja de ser enemiga, pero la humanidad sigue rechazándola y desnuda la soberbia como principal signo de incapacidad de conocimiento.
Stephen King en su obra “It” pone de manifiesto el terror como la incapacidad lingüística, “Eso” puede ser cualquier cosa. “Eso” es, para el cerebro humano, todo lo que puede ser y no logra ser. “Eso” es la sonrisa demente de una realidad intangible que no puede ser descripta. “Los perdedores” son un grupo de siete niños que son aterrorizados por la materialización del miedo en “It”. El rotulo de “perdedores” a un grupo de siete niños parece un mensaje claro al progresismo humano. Como en la torre de Babel cuando los hombres abandonaron la construcción, King parece avisarnos que nuestro desafío a la perfección del conocimiento, expresado en la relación que el número siete guarda con la divinidad, es un desafío perdido; somos simples niños no destinados a hacerle frente al monstruo de una realidad incompresible para nuestro lenguaje.
“La angustia de perder a alguien bajo la circunstancia de ‘desaparecido’ es alienante”. Esto fue lo que le ocurrió a Carlos Wade cuando su colega y amigo Ricardo Prieto desapareció. Empujado por su angustia alienante, Wade fue en busca de su amigo. Mientras se fue internando en los canales del río Paraná, sin saberlo, también se fue internando en el delirio. “Carlos navega entre la cordura y el delirio”, la imposibilidad de darle una entidad definida al desaparecido fue lo que lo alienó. Con las palabras del genocidio aun reverberando: “no están vivos, ni están muertos; no están”, parece volver el viejo fantasma del castillo. En la novela “Vayasí” de Mariano Pereyra Esteban, cordobés de origen y santafesino por adopción, tiene su propia participación la incapacidad lingüística humana. “Vayasí” referencia una silueta sin rostro, atándola a la inmensidad y a los misterios de la naturaleza, inclusive a la propia naturaleza humana en su esencia más primitiva.
El mensaje de Howard Philip Lovecraft en “La llamada de Cthulhu” es explícito y cuadra con la génesis del terror. Su “tesis” respecto a la falta de capacidad de la mente humana, a la ignorancia como aliada de la humanidad, como protectora de la endeble posición que ocupa el ser humano en la inconmensurable realidad. Desde tiempos remotos, los mitos y la perspectiva progresista de la humanidad han referenciado a la ignorancia como enemiga. La pregunta es: ¿Tiene la humanidad la capacidad de comprender la realidad en su total dimensión? Si la humanidad observa sobre sus espaldas el camino trazado la respuesta tentadora es afirmar que sí, y que la historia así lo demuestra. ¿Por qué, entonces, incomodan los fantasmas en el castillo y sus múltiples remake, adaptaciones y evoluciones? La génesis del terror habita justo ahí: en espejo de la humanidad; que existe pero no se refleja, que quiere convencerse de poder entenderlo todo pero sabe que no es posible, que no puede estar segura de existir porque el reflejo no devuelve su imagen. El verdadero terror es la incapacidad humana para comprender una realidad por la que solamente está de paso.
(*) Estudiante de licenciatura en Cs. de la Comunicación, docente.
El orden se altera, el movimiento continuo deviene en el caos, los límites dejan de existir. ¿Será nuestra incapacidad lingüística la que nos lleva a refugiarnos en la concepción de un mundo sumido en el orden falaz de un sistema de retribuciones? ¿Cómo podemos entender fuera de los límites?
Este mundo sin rumbo claro, sumido en el caos de la falta de lógica, deja caer todo lo que algún día se tejió en él. Buenos y malos, cuerdos y locos, vida y muerte; dejan de ser tales a partir de una línea que se difumina lentamente.