Ing Agr Gustavo López
El autor advierte que las soluciones a los problemas que sufre la agricultura no surgirán de nuevos insumos o dispositivos tecnológicos, sino por el retorno a la comprensión de las reglas de la naturaleza.
Ing Agr Gustavo López
Innovación es uno de tantos términos que están de moda. No hay congreso, simposio, publicación o reunión de sectores empresarios donde no se lo utilice.
Al evocar esa palabra, lo más probable es cualquiera imagine un teléfono celular, Internet, Sylicon Valley o un auto que se maneja solo. Innovación y creatividad están asociadas generalmente a dispositivos electrónicos, apps, robótica, inteligencia artificial, internet. También Big Data, criptomonedas, blockchain, etc.
Hay un pequeño mundo inmerso en esa ola y un gran mundo asombrado y a la expectativa de lo que las grandes soluciones y mejoras (y oportunidades de negocios) que los Dioses “creatividad e innovación”, generarán de un momento a otro.
Sin embargo hay otro universo (o el único) que se sigue moviendo con otros tiempos, con los de la naturaleza, el clima, las leyes físicas, cuyas innovaciones llevan millones de años, a fuerza de evolución. Pareciera que eso no tiene tanto mérito como una empresa creada en un garaje y que en poco tiempo domina el mundo de los negocios.
El suelo tiene una vida que no innova y cuyas interacciones y funcionamiento -que hemos estudiado en la Facultad hace años quienes nos dedicamos a la agronomía- no han cambiado. Las cuestiones básicas siguen siendo las mismas. Y si bien las malezas resistentes son una relativa novedad, las leyes de equilibrio de los ecosistemas y su reacción ante presiones de selección también son harto conocidas hace mucho tiempo, con lo cual no debería ser ninguna ser sorpresa que estén apareciendo varias especies nuevas con resistencia cada año, porque era lo que inevitablemente tenía que suceder como resultante del modelo agrícola preponderante.
La degradación del suelo, la notable y peligrosa caída del contenido de materia orgánica y nutrientes que ha experimentado en nuestra zona (centro santafesino), el incremento de los problemas físicos (compactaciones, perdida de porosidad, menor infiltración, etc) también se viene observando y alertando desde hace más de 25 años. Sin embargo el modelo productivo no acusó recibo y hoy se generalizaron las problemáticas que antes eran acotados. Es prácticamente imposible encontrar un lote en producción que no tenga estos problemas hoy.
Innovaciones como un robot que controla las malezas mecánicamente es un buen paso en la reducción del uso de agroquímicos (que perjudican también la microbiota del suelo), pero el problema y las soluciones son bastante más complejas e integrales.
¿Cuál sería entonces una verdadera innovación para nuestros sistemas de producción?
Lo que llamo “innovación primaria”, que es innovar regresando a las fuentes, a los conocimientos básicos y universales sobre el sistema que estamos trabajando. Utilizando desde el sentido común esos conocimientos, enfocándose en diseñar y articular sistemas y procesos productivos en lugar de que el proceso más relevante sea el elegir qué insumo comprar, como sucede actualmente.
Nada tiene que ver esto con hacer lo mismo que hacían nuestros abuelos, ni volver a las labranzas, ni a un sistema prístino, ni a dejar los campos con el monte natural y vivir de la caza, la pesca y la recolección de frutos. Sino a aprender de lo que se ha hecho mal, darse cuenta de que -frente a hechos tan contundentes, al menos para quien se baja de la camioneta y clava una pala en el suelo- no podemos seguir insistiendo con lo mismo (concepto que ya de por sí implica una torpeza) porque esto generará no solamente cada vez más costos, sino además menor producción y más impactos negativos en el ambiente.
La gran innovación pasa por revalorizar lo que ya conocemos y generar sistemas de producción que potencien los aspectos constructivos de la naturaleza en lugar de atacarlos. Durante años, en la producción, escuchamos hablar de estrategias defensivas (control de plagas, malezas, enfermedades) y ofensivas (fertilización, genética, etc), términos absolutamente marciales como si para producir le hubiésemos declarado la guerra a la naturaleza. Situación estúpidamente desventajosa ante un oponente tan poderoso.
El suelo tiene vida. Esa vida es la que genera los ciclos de la materia orgánica, la mineralización, el humus que le da estructura, la capacidad de absorber agua, de ser explorado por raíces. De esa vida se nutren las plantas que se siembran. Y esa vida captura el carbono que está en exceso en la atmósfera.
Entonces en lugar de producir con estrategias ofensivas y defensivas, produzcamos con estrategias de acompañamiento. Alimentemos esa vida del suelo con diversidad de raíces, de especies y actividades. Disminuyamos hasta eliminar todo lo que atente contra esa vida, y lo demás, vendrá prácticamente sólo. Argentina tiene aún la ventaja comparativa de contar con suelo vivo. Hay países en los que ya es un recurso inerte, que si no se fertiliza con enormes cantidades por hectárea a costos enormes no producen.
Sobre esa base, sobre ese precepto primario y básico que nos enseñaron hace años, podemos construir sistemas de producción rentables y que recuperen las condiciones ecosistémicas que se han perdido. Esa es la innovación necesaria; y un desafío extraordinario.