Luciano Lutereau (*)
Luciano Lutereau (*)
Converso con un hombre que se queja de que su mujer le “rompe las pelotas”. Le pido que aclare a qué se refiere; me dice que le molesta que él llegue tarde, que busca pelear por cuestiones menores, que cualquier detalle es motivo de discusión. Le digo, entonces, que no le “rompe las pelotas”, sino que lo reclama porque él no la ama. Confundido, quizá mejor contrariado, ya que esperaba que con complicidad masculina yo le diera la razón, me pide explicaciones. Le pregunto si acaso ama a su mujer. Se queda dubitativo, y agrega: “Bueno, el amor... ¿qué es el amor?”. Me río y le sugiero que se imagine diciéndole eso a su mujer. “¡Me mata!”, exclama. Me pregunta, entonces, qué hacer y, la verdad, no hay respuesta que yo pueda darle; sin embargo, le aconsejo que no se ponga en el lugar de víctima de una mujer que lo acosa, quizá se trata de algo más profundo.
He aquí una situación prototípica, de la que conversé como psicoanalista con diferentes pacientes varones. ¿Por qué esperarían ellos que sus mujeres no les reprochen su falta de cuidado? Es más, muchas veces ocurre que si ellas se sintiesen amadas, quizá no prestarían atención a los mismos detalles. En el caso del varón que comenté en el párrafo anterior, él supo entender que, en última instancia, a lo que su mujer apuntaba era a que estaba en otra. Por esta vía, en ciertas ocasiones, se cuelan las fantasías de celos de algunas parejas. No obstante, más interesante es otra pregunta: ¿qué relación hay entre las mujeres y el amor, al punto de que sean tan sensibles a la decepción? Recuerdo una novela que leí hace un tiempo, en la que el protagonista decía “y entonces ella hizo lo que es capaz de hacer una mujer por amor: cualquier cosa”. Quizá sea una descripción grotesca, pero no es menos apropiada en sus términos generales.
Ocurre que la relación entre el amor y el deseo es muy diferente en varones y mujeres. Y quizá, más que pensar que hay varones y mujeres, sería mejor situar que hay un modo masculino en el que se relacionan el amor y el deseo, y otro femenino. Porque incluso puede acontecer, como hoy en día es bastante frecuente, que haya varones que estén en una posición femenina y mujeres para las que cuente una actitud masculina. Esto no es algo novedoso, igualmente, ya que Freud mismo hablaba en las primeras décadas del siglo XX de un “complejo de masculinidad” en la mujer.
Ahora sí, resumamos el modo masculino en que se relacionan el amor y el deseo. Para el varón, ambos se viven de manera disyunta, lo que explica una pregunta habitual en el tratamiento de varones: si bien desean a su mujer, no pueden dejar de amar otras y, por lo tanto, viven la monogamia como una restricción. En este punto, el deseo, cuya fijeza enlaza a una sola mujer, se desborda con un romanticismo del que las esposas suelen quejarse (“Es un caballero con todas, menos conmigo”); y en la neurosis obsesiva masculina se expresa mejor este drama, ya que el obsesivo desea donde no ama y ama donde no desea. Mientras que la histeria masculina hace del amor una forma de defensa respecto del deseo, por eso el histérico se revela como quien cultiva la relación amorosa con muchas mujeres, pero no concreta con ninguna (ya que ama para no desear).
El modo femenino en que se relacionan amor y deseo es, en cambio, bien diferente. Para la mujer, el amor es una condición para el deseo; al punto de que puede llegar a ser una condición absoluta, con las consecuencias terribles que puede tener: mujeres que se quedan en una relación violenta sólo porque creen (con la fe más ciega) que, en el fondo, él las ama. Esto explica también la cercanía que hay entre la feminidad y la histeria, ya que la histérica es quien mejor muestra que un signo de amor se puede esperar de manera indefinida y sufriente, a expensas del deseo, aunque “si no hay amor, que no haya nada” (como dice la canción) es una posición femenina. Nos queda, para concluir, un último caso, es el de la obsesión femenina, cuya posición también se deriva de esta relación entre amor y deseo: para la obsesiva, antes que del amor, se trata del deseo que todo lo objeta, que se vuelve una obligación; otra forma de hacer del amor una condición absoluta, pero al que sólo se puede responder con culpa. En este sentido, es que muchas mujeres seductoras que, tradicionalmente se pensaban como histéricas, más bien deberían pensarse como formas de la neurosis obsesiva.
(*) Psicoanalista, Doctor en Filosofía y Doctor en Psicología (UBA). Coordina la Licenciatura en Filosofía de Uces. Autor del libro “Más crianza, menos terapia” (Paidós, 2018).
La relación entre el amor y el deseo es muy diferente en varones y mujeres. Y quizá, más que pensar que hay varones y mujeres, sería mejor situar que hay un modo masculino en el que se relacionan el amor y el deseo, y otro femenino.