Carlos Mario Peisojovich (“El Peiso”)
Carlos Mario Peisojovich (“El Peiso”)
Soñé que volvía a soñar que no soñaba y que no podía contar mi sueño... presentía el pasado, me inquiría, iba y venía, entraba y salía, se materializaba y se esfumaba ¿qué quería, que hubiera pasado en el presente?, ¿qué pasaba si no estaba presente al estar? El porvenir, sin dudas, estaba pasando. “Recuerdos del futuro” -de Ray Bradbury- marcaba el tic tac del tiempo a destiempo, los gruesos cristales de sus gafas de carey me miraban a través del sueño que no era sueño. “No estaba prediciendo el futuro, estaba intentando prevenirlo”, pucha con el tiempo, ya uno no sabe si esto ya pasó o si es un Déjà vu de lo que vendrá, o si de nuevo repetimos el pasado.
Contaba mi sueño para atrás, lo daba por descontado, porque un contador de muchos sueños es un mirón sin banca, de punto, que va hacia las encuestas, que nos cuentan mucho sin contarnos nada. De sueños rotos y esperanzas perdidas no me hago cargo, mis Peisadillas son alegría, las pesadillas son de los otros, como las vaquitas. Mi sincera admiración a ese grande: “el Paisano” Yupanqui.
Yupanqui, ese escultor de la palabra campera (no esas de gamuza que usa la gente muy paqueta que compra en la tienda “del Cabezón”, sino de la gente que tiene campo, el paisano de tierra adentro y mirada afuera, que cada dos por tres anda en cuatro por cuatro, cultivando la tierra de verde soja y otras yerbas... “ojalá que sea la soja”, diría un amigo del alma). Don Ata verseó unas cuantas veces “cuando se abandona el pago y se empieza a repechar, tira el caballo adelante y el alma tira pa’ tras”. Y como este sueño que es y que no es, que pasa y que no pasa, es como ese potro que pa’lante va, y que mi alma tira pa’tras. No puedo olvidar cuando mis abuelos -quienes eran llamados “los rusos”- y su tienda El Cabezón, se unieron con Jacobo Chemes -apodado por la gente como “el Turco” Chemes- con el fin de materializar una idea original para aquella época en Santa Fe, que todavía era cordial: crear una “asociación de amigos y comerciantes” cuyo slogan profería que Salta era la calle “de la amistad y los buenos negocios”. Al principio sorprendió, luego encantó a los santafesinos/as.
La tele, la tv, la caja boba, la teta de cristal (ahora led) nos muestra una banda de sonido que convierte los picnics de septiembre de “Calipso bananero”, en horripilantes “colapsos bananeros”. Por estas noches, están todos expectantes mirando absortos a los panelistas y “penelistos” que desollan el cuero de curvilíneas divinidades femeninas o de los trabajados músculos que acompañan a las “masculonas”.
En el culo del mundo, donde las mujeres tienen las mejores colas, un “Cabezón” dijo, ignorando el subestimado y en franco descenso del “Macriting” oficial: “lo veo como el orto”, el macrocéfalo referido es aquel ex presidente que dejó duros a unos cuantos diciendo que “estábamos condenados al éxito”. Yo me cago en la condena, prefiero fracasar siendo feliz que rodearme de las miserias del éxito.
Los medios nos muestran cabezones y cabecillas, unos pelados y otros peludos, descerebrados algunos, secos de ideas y propuestas otros; servicios dolarizados e impuestos de exportación pesificados; cinco meses de tristeza, doce años de desvalije; lluvia de inversiones que no llegaron ni a garúa, dólares para todos y todas o cepo a la esperanza, o al revés, porque mi sueño siempre se repite y pasa... En el libro “1984”, de George Orwell, existían los Ministerios del Amor, de la Verdad y de la Abundancia. En este país pareciera que quisieran imponer al rango Ministerial, el Odio, la Mentira y la Escasez.
Escapemos de “la Burrocracia” con buen humor. En mi Peisadilla de ayer, de hoy y de los sueños que vendrán, ¿serán mejores?