Carlos Mario Peisojovich (El Peiso)
Carlos Mario Peisojovich (El Peiso)
Soñé con un sueño sin soledades, pero con mucho sol y numerosas edades, que se solazaban al aire muy libre. Los párvulos se esparcían por los amplios sitios de esparcimiento y olvidando todo tipo de aburridísimas amarguras, de sospechosa corrección profética. En mi sueño, las risas infantiles se contagiaban y formaban un desentonado cántico alocado y ecuménico, transformándose en un ulular envolvente que nos transportaba a cualquier otra parte, sin nubes ni tormentas, capeando el temporal, sin teóricos económicos ni arrepentidos abriendo el paraguas, desentendidos jóvenes aprendiendo de sus primeros amoríos, pequeños hombrecitos en la “edad del pavo” mirando a las adolescentes/as en la flor de la vida. Florecen risueños los sueños reincidentes despojados de pesados abrigos invernales, sobre todo sin sobretodos, ellas con sus primeros soles en la piel, piernas de gimnasio, primeras espaldas aireadas orgullosamente mostradas, homenajeando no sólo a los ojos curiosos que por querer saber más, no reverencian jamás a aquellos que espían perversa e indecorosamente, porque ni siquiera saben que no saben que ellas muestran sin saber lo que muestran. ¡Ahhh! ¡La Primavera! ¡Ahhh! los pícnics de mi época... Sueños de película. Continuados, matinée y trasnoche.
No me acuerdo en cuál de esas sesiones, pero sí en qué cine, vi por primera vez la espalda apenas desvestida de Kim Novak, seduciendo a un imperturbable, hasta ahí nomás, William Holden, provocando saturada envidia en la platea mayormente masculina, avergonzados, curiosos y turbados, más turbados que en una peli de “Convoy” o en las de “Guerra”. Era la película “Picnic” del director Joshua Logan, del año ‘55, a mis doce años sufrí mi primera revolución libertadora dentro de mis pantalones cortos. Era el “Ideal”, y recuerdo que con mi barra de aquellos años, una vez nos quedamos en la función nocturna, esperando para meternos en la sesión trasnoche, cuyas proyecciones eran “inconvenientes” para menores de 18 años, esa noche, por razones ajenas a la organización y a nuestros intereses eróticos lúdicos festivos, ese particular día no tuvo trasnoche, y ahí nos vimos, encerrados en el baño con nuestras ilusionadas caritas sembradas de acné adoleciendo la soledad y la oportunidad perdida de nuestro urgente deseo de ser testigos de las “pelis” prohibidas. Nos salvó un sereno, que por nuestros gritos se apersonó ante nosotros, pasmados y asustados. Esa noche no fue una noche ideal. Abrazos familia Colombini, por su sala; llevo aún atesorados maravillosos recuerdos de mi niñez, mi adolescencia y de mi vida profesional. Igualmente, antes de esa fatídica noche de sueños truncos, y como la mayoría de nuestras tardecitas cinéfilas, íbamos siempre al “Pan Pan” y sus universalmente famosos “Panchos gratinados”.
En mi intensa estancia europea, tuve remembranzas de aquellos pícnics rinconeros, sauceños, guadalupenses y de los parques Sur y Garay, la candidez incomparable de nuestra sangre santafesina contrastaba con el “sandwich” de huevo duro frío y la cervecita caliente. Allá la primavera comenzaba en marzo, yo, “Yoísta” (diría Moria) de la primera ola, empedernido cultor del hedonismo, epicureísmo y amante de todo lo pantagruélico, en aquellos pícnics que rebozaban de historias sin histerias, se manifestaba mi europeo “marzismo primaveral” y mis sueños se vuelven silencio, porque como todo caballero que se precie de tal, mi memoria no me brinda ni las iniciales de tantos placeres primaverales.
Mi sueño se vuelve en colores y con olores. El intenso aroma del jazmín del aire se entromete furtivamente y se disipa como aquellas promesas de primavera donde el amor eterno e interminable salía de nuestros labios como los besos robados sin permiso concedido.
¿Por qué pícnic? Dicen que su origen es francés, para lo que nosotros significa día de campo, o salir llevando una picadita y algunos tragos a algún lugar abierto, con música, grabada o guitarra, para ellos era el “piquenique” (picotear pequeñez)... como en mis peisadillas todo tiene que ver con todo; acá picoteábamos, en nuestra inmensa pequeñez, los días de primavera eran esperados por todos y todas. En estos días el furor por lo verde no pasa por el verde césped, o por los brotes verdes, la primavera está llegando y estamos pasando el invierno. Después de todo, y como siempre, la banda de sonido de mi vida está plagada de referencias musicales... Todo lo que necesitas es amor. All you need is love.
Riámonos de los cuentos verdes.