Gastón Neffen | gneffen@ellitoral.com
Twitter: @gneffen
Es una historia que va de la laguna Setúbal al laberinto de Los Cocos, en uno de los casos. En el otro, la última pista, quizás, termina en una “chatarretería” del Gran Buenos Aires.
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Como mínimo hay cuatro cosas que los santafesinos que tienen más de 40 años, y que fueron chicos en los ochenta, no pueden haber olvidado: el programa “El Mundo de María Azucena” —no había Netflix—, la aerosilla de la costanera, el cohete “astro-liner” y la pista de patinaje sobre hielo de bulevar Pellegrini.
En el trabajo de archivo para recordar las ideas para aprovechar los pilares abandonados de la laguna, aparecieron fragmentos de dos de estas historias: la aerosilla —el único proyecto que en 80 años efectivamente utilizó los pilotes del antiguo puente ferroviario— y el fabuloso “astro-liner”, que apareció como un “punctum” de nostalgia en una foto del antiguo complejo Piedras Blancas, el que estaba en la cabecera de la Costanera Este.
Reconstruir la historia de la aerosilla no es tan difícil: se sabe que sigue funcionando en un complejo turístico de Los Cocos, en las sierras de Córdoba. “Es la misma aerosilla que estaba en los pilares de la Setúbal. Obviamente, se renovaron cables y sillas, y se volvió a pintar, pero es exactamente la misma”, le confirmó a El Litoral Herbert “Bertie” Norman.
El empresario —junto a Alfredo Federico Block y Roberto Norman, su hermano— fueron los que instalaron la aerosilla en los pilotes del viejo puente ferroviario, a principios de los 80. Block ya tenía experiencia en cablecarriles —junto a su padre habían participado de la construcción del de Carlos Paz— y los Norman fueron inversores.
En 1980, cuando la aerosilla comenzó a recorrer los 500 metros que la separaban de lo otra orilla de la Setúbal, el punto de llegada era el complejo Piedras Blancas (de Osvaldo Busaniche), una de las inversiones turísticas más importantes que tuvo la ciudad, con construcciones de estilo alpino —que destruyó el río—, lagunas con aves y un hermoso balneario.
En otros artículos se dice que la creciente de 1982/83, la que tumbó una de las antenas del Puente Colgante, fue la que terminó con la aerosilla. Norman cuenta otra historia. “La verdad es que Santa Fe, en ese momento, no era tan turístico y no daba para sostener económicamente el funcionamiento de la aerosilla”, le explicó a El Litoral.
Evidentemente, el colapso del viejo complejo Piedras Blancas, que fue arrasado por la creciente y funcionaba “en combo” con la aerosilla, también debe haber influido en la búsqueda de un nuevo destino.
Conclusión: la aerosilla se recicló en Los Cocos en 1985, en el complejo que está enfrente del famoso laberinto. Herbert Norman compró las partes de Block y de su hermano y la gestionó hasta hace unos años, cuando se la vendió a su yerno, que la maneja en la actualidad.
En la página web de la aerosilla, se asegura que es la más alta de la provincia de Córdoba, al ascender desde los 1.220 metros hasta los 1.440 metros, donde hay una confitería con una vista imponente (el recorrido es el doble que en la Setúbal: son 1.000 metros).
De la Setúbal a Star Wars
En una infancia sin smartphones, “play” y con pocos televisores, en la que se escuchaba con devoción el relato de un día de gloria en el Italpark en Buenos Aires —el sueño de los chicos de esos años—, la llegada del cohete astro-liner a Santa Fe sorprendió a todos, no sólo a los nerds.
“Yo recuerdo que primero estuvo en un parque que se instaló en el predio de la Sociedad Rural y después fue al complejo Piedras Blancas”, recordó Jorge Coghlan, director del Centro de Observadores del Espacio (Code), en diálogo con El Litoral.
El astro-liner simulaba un viaje en el espacio y la “gracia” era que el cohete vibraba y se movía en las maniobras para esquivar el ataque de los cazas, los campos de asteroides y los restos de las naves enemigas.
Los nostálgicos pueden mirar en YouTube el video original de la misión: “Moonbase”, que termina con el riesgo de una colisión planetaria, y también otro peligroso viaje al sistema estelar Alfa Centauri —el más cercano al Sol— que incluye un batalla tipo Star Wars —pero con efectos especiales low cost— y el escape de una gigantesca bestia galáctica, que daña la nave.
“El astro-liner era un lujo y se fabricó con mucha calidad en Estados Unidos. Los asientos parecían de avión, tenía pintura bicapa y muy buenas terminaciones. El problema eran los costos de mantenimiento, por todo el sistema de amortiguadores”, contó Coghlan.
Más entrados los ‘80, el director del Code recuerda que también vino a Santa Fe un transbordador especial —tipo Columbia— pero el astro-liner dejó su marca. “En un momento, se me ocurrió comprarlo para el Code y hasta lo busqué en Mercado Libre, pero no lo encontré”, aseguró.
La última vez que Coghlan vio un astro-liner —quizás el que pasó por Santa Fe o algún otro— fue en una “chatarretería” del Gran Buenos Aires, hace ya varios años.