Por Néstor Vittori
Por Néstor Vittori
Argentina o para ser más preciso buena parte de los argentinos, observan y evalúan al resto del mundo como un gran escenario en el que se da una gran cantidad de acciones que tienen como protagonista a la “competitividad”, pero lo hacen sin levantarse de la butaca y sin ser protagonistas de esas realidades.
Más aún, refractan lo que pasa afuera y tienen un gran temor de que los factores externos contagien la realidad argentina, sometiéndonos a las reglas de juego del mundo.
Auténticamente, tenemos una mirada aislacionista y cuando abrimos alguna ventana al mundo, apenas es una mirilla para espiar lo que hay afuera, con un gran temor de que lo que veamos sea horrible y perjudicial.
Esta conducta, que traducida a términos económicos puede sintetizarse en aquella expresión de Aldo Ferrer de “vivir con lo nuestro”, es y ha sido en el pasado el principal vector de nuestro retroceso como nación competitiva en el contexto mundial, donde lo único que soporta la competencia son las producciones agroalimentarias.
La producción manufacturera argentina no figura entre los 25 países que producen el 90 % de las exportaciones mundiales y se remite a ser una producción manufacturera para el mercado interno, que debe soportar precios por los productos autóctonos que duplican o triplican los precios que pagan por los mismos productos la mayoría de las economías del mundo, empezando por nuestros vecinos.
Si queremos tener un espejo donde mirarnos en una proyección de futuro, donde el sector manufacturero argentino sea un aportante efectivo a la balanza comercial del país y no un lastre costoso que debemos pagar todos los argentinos con precios disparatados de sus productos, que erosionan efectivamente los salarios, deberíamos mirar lo sucedido con la competitividad de la economía manufacturera de México, que por estos tiempos ha superado en competitividad a China. Y aún a la economía manufacturera de Estados Unidos que se ha colocado solamente a 5 puntos porcentuales de China, la gran receptora de la migración industrial de los últimos años.
Cabe señalar aquí que el retroceso y parcial desaparición del sector industrial tradicional en Estados Unidos, motivo del estancamiento del sistema salarial americano, ha sido determinante de las expectativas que generó el triunfo de Trump.
El informe realizado por el Boston Consulting Group y el comentario hecho sobre este informe por Sirkin, Zinser y Rose dice que “durante tres décadas, una concepción burda y bifurcada del mundo ha impulsado la inversión de las empresas manufactureras y las decisiones sobre su abastecimiento. Latinoamérica, Europa del Este y la mayor parte de Asia se han considerados como regiones de bajo costo. Estados Unidos, Europa Occidental y Japón han sido concebidas como regiones de altos costos.
Pero esta visión dividida del mundo ahora parece obsoleta. Años de cambio constante en los salarios, la productividad, los costos de la energía, tipos de cambio y otros factores han creado una reestructuración sigilosa pero dramática en el mapa de la competitividad global de los costos de manufactura.”
“En algunos casos los cambios en los costos relativos son sorprendentes ¿Quién hubiera pensado hace una década que Brasil sería ahora uno de los países de más alto costo para la manufactura, o que México podría ser más barato que China?”
Es un debate que los argentinos debemos darnos subiendo al escenario y admitiendo que con las producciones agroalimentarias solamente no alcanza para satisfacer el desarrollo que el país necesita. En primer término, para resolver ese 32 % de pobreza que muestran las estadísticas nuevamente confiables y en segundo término para ofrecer un futuro razonable a las nuevas generaciones.
Para poder desarrollarnos se requiere una fortísima vertiente de inversión, lo que supone un marco de evaluación para los inversores que habilite la posibilidad de una renta razonable como retorno a la inversión y un plexo normativo que brinde seguridad jurídica a quienes inviertan en el país.
El primer gran obstáculo es sin duda la superestructura normativa laboral y las convenciones colectivas de trabajo que regulan actividades productivas con condicionamientos que ya no existen o no son posibles, porque los mismos encarecen de tal modo los costos, que hacen inviables a las empresas en términos de competitividad.
Si no se remueven los condicionantes de costos, si no se desatan los vicios corporativos que los encarecen comparativamente con otras economías y no se normalizan las relaciones laborales en el marco de una competitividad ya gobernada por la tecnología automática y robótica, las posibilidades de abrir camino a una creciente demanda de empleo son negativas.
La visibilización vía Internet de los precios que tienen en el resto del mundo los elementos que consumimos pone un factor importante de tensión en nuestro universo industrial, porque no resiste la comparación aún cuando se carga con fuertes costos impositivos de importación a dichos productos. Consecuentemente, la vocación de defensa del trabajo nacional resulta contrastada por el impacto que tienen sobre el salario los precios excesivamente caros de los productos industriales nacionales.
Una flagrante contradicción con la lógica económica es la necesidad de discutir cada vez salarios más altos para comprar productos cada vez más caros, que resultan excluidos de la competitividad internacional y por ende obligados a cerrarse al mercado interno, en lugar de tratar de lograr costos cada vez más bajos que permitan abordar aquella competencia, incorporando un valor distinto al salario que tiene que comprarlos al abaratarse la utilidad marginal por la escala.
Destrabar esta situación entraña negociar nuevas situaciones laborales, impositivas, judiciales para los distintos sectores y generar una fuerte inversión en actualización tecnológica, ya sea para reemplazar estructuras obsoletas como para encarar nuevos desarrollos.
De no ocurrir esto, avizoramos un horizonte de mayor decadencia y un retraso relativo cada vez más profundo, donde ya no habrán de alcanzar los aportes históricos del sector agroindustrial para financiar un Estado con costos directos e indirectos cada vez más pesados al cargarse con las ineficiencias de sectores privados.