Juan Ignacio Novak
El grupo arrancó a principios de los ‘90. Desde el barrio Sur, dejó una impronta basada en la adaptación a los espacios abiertos y la participación activa del público. Recientemente estrenó en el Paseo de las Tres Culturas “El principibito”, inspirada en la obra de Saint Exúpery.
Juan Ignacio Novak
“El poeta es un hombre al que a veces lo agobian la incomprensión, el barro, el alquiler, la luna”, escribió Raúl González Tuñón. El artista callejero también. Y las palabras de Silvia Nerbutti, referente del grupo La Tramoya, lo reafirman cuando recuerda que son muchos los jóvenes que, a lo largo del tiempo, trataron de sumarse y no se bancaron la experiencia. “Te da muchas cosas, pero es duro, hay que entrenar mucho”, asegura. Pese a todo, la agrupación alcanzó 25 años sin obviar nunca la premisa de alentar la participación activa del público en las puestas, centradas en los códigos específicos de la actuación en espacios abiertos: música en vivo, zancos, muñecos, telas, danzas circulares. Y humor.
“Usamos el espacio como opción estética, eso fue un descubrimiento”, explica la “Nerbu” (así se refieren a ella propios y ajenos), al rememorar momentos de la vida del grupo. Que inició su camino a principios de los ‘90 todavía con cierto impulso de la apertura que el retorno a la democracia produjo en la movida artística. “Fue un estallido, iban todos a la calle y a las plazas. Los mimos, los payasos, las murgas”, recuerda Silvia.
El germen de La Tramoya fue un dúo de mimos que después se convirtió en algo más grande y duradero. “Ese género no era muy visto acá. Fuimos uno de los primeros grupos que impuso el mimo en Santa Fe. Desde entonces, decidimos dedicarnos al teatro callejero. Siempre fue la inquietud un teatro que se acercara más a la gente, no algo cerrado en una sala. Siempre nos gustó esa cosa de estar cuerpo a cuerpo con el público, que se mete en la obra, opina, participa. El teatro callejero es muy dinámico. Requiere mucha capacidad de reacción por parte de los actores”, comenta la artista.
Moldeado ese estilo propio, la primera puesta fue “Antonio Gil, ese gauchito correntino”, inspirada en esa figura de la devoción popular argentina. Después llegaron, entre otras, “De mancebos y traiciones”, basada en la Revolución de los Siete Jefes; “¿Dónde está Milena?”, sobre la temática de los chicos que desaparecen, “Vicente, un vecino indiferente”, propuesta incluida en los festejos por los veinte años de vida y “Una vueltita al Parque. Nada es lo que parece”, que se centró en contar (en una suerte de visita guiada) la historia del barrio Sur, punto geográfico que determinó la identidad de La Tramoya.
Ahora, dentro de los festejos por los 25 años, La Tramoya estrenó en el Paseo de las Tres Culturas un nuevo espectáculo: “El Principibito”, que se puede apreciar los domingos de octubre a las 18 en ese espacio. Se trata de una obra basada en “Canto a lo Esencial” de Héctor Alvarellos, que a su vez es una adaptación para teatro callejero de “El Principito de Antoine de Saint Exupéry. “El Principibito no es un mero juego de palabras, tiene su fundamento en no remarcar que es un príncipe sino que es un niño, un pibe. Aquellos que recordamos cómo es ser un niño, hacemos este homenaje a todos los niños”, explicaron desde el grupo. Además, resaltaron la decisión de dedicar la obra a Oscar Thiel, titiritero y marionetista santafesino fallecido en mayo pasado, a los 85 años.
Crecer juntos
Desde 2000 (aproximadamente) hay un promedio de cinco o seis personas estables dentro del grupo. Además de Silvia, lo integran hoy Marcelo Blanche, José Ignacio Bellini, Fernando “Trompa” González, Natalia Isla, Matías Niisawa y Julián Caronni, quien en la última propuesta escénica se desempeña como asistente de dirección. Para la “Nerbu”, sostener un grupo durante un cuarto de siglo tiene un sustento ideológico, que pasa por reinvidicar el valor de estos espacios. “En esta época, los chicos que estudian teatro no están acostumbrados a tener un grupo”, explica.
—Se arma el grupo en función de una obra y no al revés.
—Es la diferencia entre nuestra época y la actual. Inclusive planteé a los directivos de la Escuela Provincial de Teatro la idea de hacer una especie de “rejuntada” de los viejos grupos, para que los chicos sepan y vean la importancia de tener un grupo.
—En el caso de espacios como La Tramoya, que lograron permanecer tantos años, se da un hecho: el grupo trasciende a las personas que pasan por él. Es como un lugar donde aferrarse.
—Hay un compañero nuestro muy conocido, el “Trompa” González, que cuando era más joven ingresó a La Tramoya y hablaba de los cambios que se hacían en el grupo, ya en esa época. Y me decía que cambiar hace crecer. Y yo le decía: “Ojalá que no nos separemos y crezcamos juntos”. La actitud de un coordinador-director también tiene que ser de cambio. Si no lo es, te quedás. Mi marido tiene 60 años, yo 57. Y estuvimos hace poco entrenando cinco horas en el parque para un preestreno. Y eso hay que bancarlo. Poder aggionarse a la gente joven es bueno, porque el joven necesita esa persona grande que les pueda indicar dónde ir. Yo lo noto y me parece importante, quiere decir que te consideran.
Sala
Hasta 2006, el grupo mantuvo abierto un espacio propio en calle Jujuy. “Sabíamos que en esa época había escasez de salas y abrimos un espacio en barrio Sur porque somos de ahí. Así empezó una sala que duró cinco años. Nosotros pensábamos que nada mejor para un artista que ser atendido por otro artista”, recuerda Silvia.