María Álvarez revistó como voluntaria para la atención de heridos en el norte de Siria, durante los combates de los kurdos para recuperar terreno ocupado por Estado Islámico. La actualidad de un pueblo sin territorio, la experiencia de una revolución democrática y el rol de las mujeres en el combate y en el gobierno.
Emerio Agretti
El pueblo kurdo tiene raíces milenarias, que lo remontan al siglo VII antes de Cristo. Actualmente, está integrado al menos por 40 millones de personas (no hay censos precisos) y conserva su propio idioma y sus ritos y costumbres ancestrales. Pero no tiene territorio formalmente reconocido. Los kurdos se distribuyen en desigual proporción entre Siria, Irak, Irán y Turquía, mientras luchan por un espacio propio.
Lo de luchar, por cierto, no es una figura retórica: por imperio de las circunstancias, una buena parte de ellos ha debido convertirse en combatiente, para bregar por su autonomía, para sobrellevar las guerras civiles y, en los últimos años, para resistir los embates de Estado Islámico.
Un caso emblemático es el de Rojava (o Rojavaye Kurdistán), en el norte y noreste de Siria. El avance de Isis devastó la zona y sometió militarmente a la población, imponiendo el fundamentalismo islámico de la peor manera, sin excluir ejecuciones sumarias y violaciones reiteradas. Hasta que la población civil, con marcado protagonismo de las mujeres, se alzó en armas contra los opresores y, palmo a palmo, los fue expulsando de la zona y les impidió volver a penetrar en ella. Hoy por hoy, la región es no sólo un emblema de resistencia y un baluarte para Occidente en la guerra contra el terrorismo, sino también un ejemplo de la preservación de una antigua tradición conjugada con una concepción democrática de avanzada, donde rigen las asambleas populares, la igualdad de género y un acendrado laicismo, signado y enaltecido por la más irreductible tolerancia.
Bajo asedio
Ahí estuvo en 2014 como voluntaria María Álvarez, una técnica en medicina transfusional que actualmente se desempeña en el Hospital de Agudos Pedro Fiorito (Avellaneda, Buenos Aires), militante de Convergencia-Socialista La Verdad. Y sobre lo que allí vivió vino a exponer a Santa Fe, para los estudiantes de la tecnicatura de Enfermería del anexo Yapeyú del Instituto Superior del Profesorado No. 60, en un encuentro organizado por la cátedra de “Estado social y política pública”.
“Había un asedio muy grande sobre una de las regiones en la que viven los kurdos, en el norte de Siria, en una ciudad llamada Kobane. Y ese ataque, contradictoriamente, permitió que el mundo se enterara de que había un pueblo llamado Kurdistán. Y quienes estaban encabezando la lucha contra el Estado Islámico eran las mujeres”, relata a El Litoral.
El cuadro era devastador. Miles de refugiados bajo ataque, y sin asistencia humanitaria de ningún tipo. Tampoco el acceso al área de combate, montada sobre un verdadero polvorín político, era una tarea sencilla. “Yo entré por el lado de Turquía. Siria, en ese momento, tenía las fronteras cerradas, en plena guerra civil. No fue fácil. En Turquía, las ciudades donde viven los kurdos estaban con un verdadero ejército de ocupación, lo que implica que el lugar de tránsito estaba lleno de tanques, retenes, vuelos rasantes de aviones y helicópteros, operativos permanentes. Ahí estaba la mayor parte de los refugiados”, cuenta.
Álvarez explica que el ingreso fue clandestino, ya que tampoco Turquía permitía el paso; ni siquiera a los kurdos asentados en su territorio que querían sumarse a la lucha de sus hermanos. Debió desplazarse a zonas menos pobladas, donde la frontera tuviese menos custodia. Aguardar durante varios e interminables días, y luego iniciar el cruce en horas de oscuridad. Entre esperas, desvíos, avances y retrocesos, pasar esos 500 metros le llevó toda la noche, y recién lo pudo conseguir a las 5 de la mañana.
Resistencia
La voluntaria sabía con qué se iba a encontrar. “En la ciudad, viven unas 150 mil personas. Cuando Estado Islámico inició el ataque en setiembre de 2014 lo hizo con armamento pesado, con morteros. Ocupó rápidamente la ciudad, que quedó devastada y casi completamente destruida. Y empezó una resistencia que fue organizada en parte por las mujeres, que con el transcurrir de los días fue disputando casa por casa el espacio al EI y desplazándolo. Cuando yo llegué se había recuperado más del 70 % de la ciudad, pero el Estado Islámico seguía bombardeando. Y los primeros bombardeos habían destruido los dos hospitales existentes, así que hubo que armar puestos de campaña para asistir a los heridos de manera muy precaria, en sótanos semidestruidos y sin equipamiento. Ahí, se intentaba compensar a los heridos para atender la urgencia y tratar de trasladarlas de manera clandestina a Turquía, donde había mejores condiciones para asistirlos. También contribuí a la formación de gente en el manejo de sangre en la urgencia”, rememora.
Pero la vivencia, como suele suceder, superó las previsiones. Y dos meses y medio después, la voluntaria argentina -única extranjera en ese momento- regresó con la carga de la experiencia humana y los afectos desarrollados allí, pero también la convicción de haber asistido a una organización montada sobre pautas inéditas en el Medio Oriente, y con escaso parangón en el resto del planeta.
“El movimiento kurdo, además de enfrentar a Isis, en el norte de Siria está haciendo una revolución para que se reconozca su identidad. Han declarado en esa zona su propio gobierno autónomo, apoyado en asambleas populares. Y al frente de todo eso están las mujeres, donde incluso han conquistado derechos que ni siquiera tenemos en Occidente. Por ejemplo, en una zona donde la influencia de la religión es apabullante, ellas han logrado que la administración del Estado, si bien reconoce y respeta los credos que la gente practica, no permite la intervención de las iglesias en las cuestiones de la administración del Estado, a pesar de que hay fundamentalismos muy fuertes. Han establecido una especie de Constitución, donde la violencia hacia las mujeres es un delito penalizado. Quien practica violencia hacia las mujeres no puede ser parte del gobierno, ni siquiera participar en las asambleas”, cuenta Álvarez.
Revolución
Y explica que esas asambleas populares o comunas se organizan por barrios y están integradas por unas 300 personas. Ése es el ámbito en el que se resuelven todas las cuestiones, desde dónde se hace una plaza a cómo se distribuye la energía. Después, hay una instancia de coordinación de esas asambleas, en las tres provincias que forman esa región. En todas y en cada una de esas instancias, son designados un hombre y una mujer. “No hay un cargo de presidente de la asamblea; hay un co-presidente y una co-presidente. Y hay un Parlamento que elige esa coordinación de las tres provincias, que está integrado por 22 hombres y 22 mujeres”, añade. Y explica que ésos son los cargos centrales, que a la vez pueden ser revocados si llevan adelante acciones que no han sido aceptadas por la organización “de abajo”.
“Las mujeres han implementado además milicias propias; milicias del pueblo y milicias de mujeres. Por eso en la batalla de Kobane, que fue la primera derrota del Estado Islámico -que había avanzado y conquistado un montón de ciudades-, el 60 % de los combatientes estaba constituido por mujeres del pueblo. Chicas de 20, o de más de 60 años, que en una primera instancia estuvieron en los campos de refugiados, pero una vez que se organizaron dejaron a sus hijos y salieron a combatir”, cuenta Alvarez.
Y la trascendencia de esa gesta se apoya firmemente en la resistencia a la opresión y la lucha por la autonomía, pero va mucho más allá. En palabras de María Álvarez: “Están haciendo una revolución, y la están haciendo en nombre de valores que pertenecen a toda la humanidad. Como lo son la liberación de las mujeres y el derecho de los pueblos a vivir en paz, en tolerancia y en democracia”.
Las mujeres combatientes. Mucho más que un ícono de la resistencia kurda. Foto: El Litoral
Una patria para ti (*) Miro las maderas Y recuerdo los árboles Miro las aves Y recuerdo el volar Miro el cielo Y recuerdo la lluvia Miro los trenes Y recuerdo el viaje Te miro Y recuerdo los árboles El vuelo La lluvia Y el viaje Y luego te construyo De las maderas, un lecho De las aves, alas Del cielo, una sabana Y de los trenes Una patria. (*) Hussein Habasch (Siria, 1970).