José Curiotto
En lugar de desperdiciar sus energías en la búsqueda de chivos expiatorios, los actores de este verdadera intriga deben abocarse a aclarar la situación.
José Curiotto
>@josecuriotto
Todo lo sucedido resulta muy extraño. Y si no se tratara de un tema tan complejo como las drogas ilegales, las cárceles y el trabajo de la Justicia; bien podría ser tomado como una comedia de enredos en la que, al menos hasta ahora, existen demasiados cabos sueltos.
La primera noticia fue que un defensor oficial adjunto había sido demorado en la cárcel de Coronda, cuando llegó al lugar con una mochila destinada a un preso en la que se encontraron dos “tubitos” con cocaína.
El director del Servicio Penitenciario de la provincia, Pablo Cococcioni, dijo que a los abogados no se los requisa corporalmente, pero sí sus pertenencias. Sus portafolios, por ejemplo. “Este señor tenía una mochila. Cuando los guardias la abrieron, hallaron en su interior los dos capuchones con esa sustancia blanca, que aparentemente era cocaína”, remarcó. Lo primero que hicieron los agentes penitenciarios fue llamar a la policía.
Pocas horas después, apareció en escena el defensor general de la provincia, Gabriel Ganón, quien brindó una versión de los hechos que incrementó aún más el espectro de posibles sospechas.
Reconoció que el defensor llegó a la cárcel portando una mochila para un detenido. Pero afirmó que esa mochila le había sido entregada al abogado en la Fiscalía, donde le pidieron que la llevara hasta la cárcel.
“El defensor retira de Fiscalía la mochila que había quedado derivada de la policía. Entonces le piden que, ya que va (a Coronda), se la alcance porque esta persona no tenía familiares”, explicó.
Tal como suele suceder en estos casos, se intentó responsabilizar a la prensa por la situación generada a partir estos hechos. En un comunicado emitido por la Defensoría Regional de la Primera Circunscripción Judicial, se remarca “la falta de información con la que se manejaron muchos medios de comunicación que incluso, con total tergiversación de lo ocurrido, juzgaron y condenaron al funcionario”. Se aclaró que el polvo blanco en cuestión no se encontraba en dos tubos, sino en “dos trocitos de papel semiabiertos”.
Como primera medida habrá que reconocer que quizá haya resultado apresurado aseverar que se trataba de cocaína y que, en todo momento, debió hablarse de una mera posibilidad. Sin embargo, todo lo sucedido resulta poco claro.
Sólo a modo de ejemplo, si el polvo blanco hubiese sido un simple envase con talco, difícilmente los guardias de la cárcel hubieran tomado la decisión de llamar a la policía. Queda claro que en ese momento existieron elementos suficientes como para sospechar que se trataba de otra cosa. Es verdad que a la hora de difundirse la noticia la presencia de cocaína era una mera posibilidad. Pero también es cierto que no parecen existir demasiadas razones para que un preso reciba “dos trocitos de papel semiabiertos” con polvo blanco en su interior.
Nadie puede afirmar que el defensor involucrado haya tenido alguna mala intención. Lo más probable, incluso, es que ni siquiera hubiera sabido que este polvo se encontraba dentro de la mochila.
Sin embargo, parece poco serio que un funcionario público lleve un bolso a un preso desde una Fiscalía por el mero hecho de ir hasta Coronda. Aunque no se haya tratado de cocaína, ningún sistema eficiente puede funcionar de esta manera.
¿Cómo aparecieron los “dos trocitos de papel semiabiertos” en la mochila? Frente a las versiones de los hechos, las posibilidades son que los haya introducido la policía, el personal de la Fiscalía o el defensor. O que todo haya sido un dudoso mal entendido. En cualquier caso, resulta una situación preocupante.
Lo importante, a estas alturas de las circunstancias, es que en lugar de poner sus energías en buscar chivos expiatorios, los actores de este verdadera intriga se aboquen a aclarar la situación. Y para aventar sospechas inevitables, deberán hacerlo cuanto antes.