Gastón Neffen
Es una zona de alto valor paisajístico que hoy está saturada de basura. En este lugar, la Fundación Proteger propuso hacer una reserva.
Gastón Neffen
El lugar que tiene los mejores atardeceres de la ciudad se usa como basurero. Lo que podría ser la futura costanera de Colastiné Norte y una reserva que recorra la orilla de la laguna Setúbal, con hermosas vistas de Santa Fe, es una postal arruinada por las bolsas de plástico, los envases de gaseosa y los escombros.
Para verlo hay que recorrer calle Los Urunday hacia la laguna Setúbal —la penúltima calle de Santa Fe hacia el noreste— y pasar la defensa. Ahí comienza la versión costera de esconder la mugre debajo de la alfombra, que también se replica al fondo de callejón San Martín en Villa Añatí (Rincón) y en otros puntos del anillo defensivo.
En esta zona, además de los restos de poda que dejó el municipio contra el terraplén, hay basura tirada por todas partes. También viejas cocinas, escombros y autos abandonados. En las ramas de los aromitos —que están florecidos— y ceibos las bolsitas de plástico están enganchadas en las espinas.
“Los vecinos dicen que la crecida levantó las bolsas que vienen de los basurales de Rincón. Es una lástima porque es una zona con alto valor paisajístico”, destacó Jorge Cappato, director de la Fundación Proteger.
Es difícil saber si la basura viene de Rincón, de un basural que se formó al final de calle Los Urunday o son los mismos residuos que se arrojaron aquí, que por el viento y la crecida terminaron en las ramas de los árboles.
El basural más cercano de Rincón es el que está al final de callejón San Martín en Villa Añatí. Desde el municipio rinconero aseguran que solo se arrojan residuos orgánicos, sobre todo restos de poda. Pero a lo largo de estos años El Litoral ha encontrado todo tipo de basura en ese lugar, que cada tanto debe ser saneado.
En Los Urunday y la defensa, se formó un basural a partir del trabajo de una familia que vive de reciclar los residuos. En este caso, además de la cuestión ambiental, el problema es que está al lado de la estación de bombeo Naranjales, un punto crítico durante el diluvio del otoño y el lugar por donde debe salir el agua de lluvia de barrio Las Paltas y el rincón noroeste de Colastiné Norte. Esta semana, decenas de botellas de plástico, restos de telgopor y bolsitas taponaban la salida de esa estación.
Sobre el talud de la defensa hay miles de ramas, probablemente de las tormentas del final del verano, que también se acumularon en Los Urunday y los Claveles, con riesgo de que comienzan a tirar residuos en ese lugar.
Detrás de la defensa, la desdibujada postal se completa con enormes cavas. Es que de aquí salió buena parte de la tierra que se usó para hacer la autovía de la ruta 1. En los últimos años, los vecinos denunciaron que algunos fines de semana se arrojaron residuos cloacales en el canal de guarda del terraplén o entre los aromitos.
El proyecto de la reserva
Cappato está convencido de que esta orilla de la Setúbal tiene el potencial para convertirse en una reserva, incluso trabajó con el municipio para definir un proyecto específico en el 2012.
“Los mejores atardeceres se ven desde aquí. Este podría ser un lugar con senderos para caminar —con sendas de interpretación— y andar en bici, hacer observatorios de aves y un espacio para que lo aprovechen las escuelas. Es como la reserva de la UNL en la Costanera Este pero multiplicado por 10.000. Si estuviera limpio, te pueden bajar cisnes y flamencos”, aseguró.
En comparación con la Reserva del Oeste, un proyecto más ambicioso y que debe ir de la mano con programas de inclusión social para las miles de familias que viven en el cordón oeste, la posibilidad de hacer una reserva en este lugar parece menos compleja. Quizás el punto más sensible es que parte de los terrenos son privados. “El resto es salir de la cultura del facilismo, la de tirar la basura en cualquier lado y comenzar un proceso de gestión y organización”, opinó Cappato.
En el proyecto, la Fundación Proteger propuso crear en esta zona la Reserva Municipal Laguna de Los Quiloazas, que era uno de los primeros nombres que tuvo la Setúbal. Es un homenaje tardío al pueblo indígena que vivía en sus orillas y que encontraron los primeros exploradores españoles en el siglo XVI.
“El lugar tiene un valor incalculable desde el punto de vista paisajístico, recreativo, florístico, faunístico y ofrece una visión inédita de la ciudad de Santa Fe y su entorno. Es una pantalla didáctica, además, que ayuda inmediatamente al visitante a comprender el ecosistema de la ciudad de Santa Fe. Pero está comenzando a ser intrusada, contaminada, degradada y utilizada para usos no compatibles con su rol ecológico y su función paisajística”, advirtió la fundación, en los primeros bocetos del proyecto.
Entre otras ideas, también se proponía plantar pequeños montecitos con especies que resistan el inevitable aumento de la laguna cuando hay crecida, como ceibos, ibirá-pitá, ubajay, curupí, canelón, laurel de la isla (o laurel amarillo) y otras especies nativas.
Un cuestión clave es la necesidad de generar agrupaciones o cooperativas de vecinos que conformen emprendimientos turísticos con base en esta posible reserva, generadoras de “empleos verdes”, como la fabricación de compost a partir de hojas y ramas, un vivero para la producción de árboles y otras especies nativas, guías de la propia reserva y elaboración de artesanías, entre otras posibilidades. Es una posible alternativa para las familias que en la actualidad viven de reciclar la basura.