Por Néstor Vittori
Por Néstor Vittori
Los seres humanos, en cuanto tales, poseen derechos individuales (derechos humanos) inviolables. Tienen derecho a organizar y vivir su vida en libertad, a usar, gozar y disponer de su propiedad, así como a procurar la felicidad. El gobierno (autoridad política) es consecuencia de la cesión de porciones de libertad por parte de las personas individuales, con el objetivo de lograr el bien común. Consecuentemente, la vida pública debe regularse respetando la vida privada de los ciudadanos. El Estado de Derecho exige a los gobernantes y a los ciudadanos respetar las leyes como garantía respecto del uso arbitrario del poder político. Estos son los postulados básicos del liberalismo, incubado a lo largo de los siglos XVII y XVIII como reacción a los excesos del absolutismo monárquico, proceso que culminó con el Acta de Virginia de 1776, la Constitución de los Estados Unidos ese mismo año, y luego con la “Declaración de los derechos del hombre y el ciudadano” de 1789, consecuencia intelectual de la Revolución Francesa. Este fue el proceso fundacional del constitucionalismo liberal, que organizó al Estado en torno a la concepción del Estado de Derecho, consagrando en una “Constitución” los límites del ejercicio de la función de gobierno y el respeto a las libertades, derechos y garantías del individuo frente al mismo, como lo consagra nuestra Constitución Nacional. La República, como garantía de la lucha contra el absolutismo monárquico, fue el instrumento institucional dominante del período, sin perjuicio de la permanencia de monarquías, con poder acotado, a las que se denominó “monarquías constitucionales”. La característica central de la república es la distribución del poder del Estado en tres poderes: Ejecutivo, Legislativo y Judicial, de modo que nunca más la suma de ellos recayere en una sola persona, con potestad absoluta. La opción de la elección democrática del gobierno pudo instalarse en muchas naciones, a partir de esa concreción política institucional. Bajo el estatuto fundacional de las constituciones liberales, se produjo el desarrollo del sistema económico capitalista, que ha tenido una enorme evolución en la realidad económica mundial mediante la notable aceleración experimentada a lo largo de los siglos XIX y el siglo XX , todo lo cual posibilitó un progreso sin parangón a partir de un modelo de acumulación económica e inversión en desarrollo tecnológico sin precedentes en la historia de la humanidad. Sin duda, ese afán de acumulación y competencia produjo en su camino acentuadas injusticias económicas y sociales, sobre todo en los eslabones más débiles de la cadena de producción, como lo son los sectores del trabajo, sometidos a exigencias en muchos casos inhumanas. De esos excesos, deformaciones del liberalismo, surgieron las ideas socialistas, concretadas en sindicatos y acciones del sector obrero, como las huelgas, que fueron determinantes de el proceso de humanización del capitalismo y que reconocieron en Carlos Marx a su principal ideólogo. Pero el capitalismo, en tanto producto de la libertad económica y de la limitación establecida para los gobiernos en el Estado de Derecho, respeta la iniciativa privada y le impone una relación negativa con los individuos. Así, los que gozan del derecho de “hacer todo aquello que no está prohibido” por las leyes, regulaciones y normas que rigen las relaciones con arreglo a la Constitución, no es -en sus injusticias y excesos- convalidado por la concepción liberal. En rigor, ésta tiene una profunda vocación igualitaria a partir del concepto de la Justicia como imparcialidad, de la que surgen como consecuencia primaria los principios de igualdad ante la ley y de igualdad de oportunidades, más allá de cualquier diferencia natural que pueda existir entre los hombres. La visión del “liberalismo” como abusivo y contrario a los derechos laborales y sociales, es una deformación instalada por ideologías políticas, que lo desconocen o pretenden descalificarlo, con el fin de crear una corriente demonizadora. Este accionar busca abrirle espacios en la opinión pública a vertientes que tienden a la desaparición de la propiedad privada y el mercado libre, y que producen como consecuencia “un crecimiento monstruoso del Estado y una proliferación burocrática, que arrasan con las libertades públicas, instalan un control inquisitorial de la información y dan al caudillo o líder esos poderes supremos -entre ellos el de mentir y manipular fraudulentamente a las masas- que Platón reclamaba para los ‘guardianes' de su república perfecta”. Esta cita corresponde a Vargas Llosa, comentando opiniones de Karl Popper, quizá el más importante filósofo liberal del siglo XX.