Por Rogelio Alaniz
Con nombre y apellido, hay tres responsables centrales del asesinato de Federico García Lorca: Ramón Ruiz Alonso, un aventurero político, un típico trepador ex diputado de la Confederación Española de Derechas Autónomas (Ceda); José Valdéz Guzmán, también de derecha tradicional y gobernador civil de Granada y, por supuesto, el jefe político y militar de la región, general Gonzalo Queipo del Llano, el hombre que dio la aprobación para que mataran al poeta, una aprobación que no fue firmada, pero, como se comprenderá, no hace falta enredarse en especulaciones abstractas para deducir que sin el visto bueno de Queipo del Llano el crimen no hubiera tenido lugar. Por supuesto, hubo otros responsables y autores, pero estos tres personajes son los actores centrales de este crimen. El escenario en el que se desplegó la tragedia fue el de la Guerra Civil, un escenario a tener en cuenta porque la guerra significa, obviamente, la muerte del enemigo, del enemigo militar pero también del enemigo ideológico, sobre todo en esta guerra donde las cuestiones ideológicas estuvieron presentes de manera tan intensa. Al canalla de Ruiz Alonso se le atribuye haber dicho poco tiempo después. “García Lorca no era más que un rojo, amigos de rojos y, además marica”. Algo parecido dirá, ufanándose. Queipo del Llano: “Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricones”. García Lorca fue ejecutado en agosto de 1936; un mes después, en Madrid, era fusilado el intelectual de derecha Ramiro de Maeztu; y en noviembre de ese año corría la misma suerte el jefe de la Falange, José Antonio Primo de Rivera, fusilado luego de un juicio amañado que incluso algunos dirigentes socialistas objetaron. También en ese mes, en la localidad de Paracuellos de Jarama, fue fusilado el dramaturgo Pedro Muñoz Seca, cuyas posiciones conservadoras y de derecha eran harto conocidas, como también su talento y su exquisito humor. Dicen que mientras sus verdugos lo trasladaban hacia el paredón, les dijo como si estuviera en el escenario o conversando en un café: “Podéis quitarme la vida, el honor, el patrimonio, pero lo que jamás me podréis quitar es el miedo que tengo adentro”. No se trata por supuesto de ser neutral o suponer que todo está justificado, pero tampoco se debe ignorar el horror que significa para una nación hundirse en la guerra civil, en ese cotidiano donde los vecinos se matan entre ellos. Mis simpatías históricas por la república española no es necesario que las reitere a cada rato, pero esa simpatía no puede hacerme perder de vista lo obvio: que en la guerra, los enemigos se proponen matarse unos a otros, y que ochenta años es un tiempo adecuado como para exigir una mirada histórica que, sin perder de vista el peso de las banderías, intente comprender por qué multitudes de ambos sectores decidieron aniquilarse sin compasión. Quedamos con que García Lorca había llegado a Granada pocos días antes del inicio de la guerra. No sabemos si en algún momento se arrepintió de esa decisión, pero lo cierto es que luego del allanamiento a su casa de la Huerta de San Vicente, decidió esconderse en la casa de los Rosales, una familia vinculada con la suya y de reconocida filiación falangista. Los Rosales Camacho vivían en la calle Angulo 1. La madre, doña Esperanza, conocía a Federico de niño. Luis Rosales era poeta, un poeta excelente que en el futuro obtendrá el Premio Cervantes, y además era muy amigo de Federico. Los otros hermanos, Miguel, Antonio, Gerardo y José eran dirigentes de la Falange. La relación de los Rosales con los García Lorca merece mencionarse porque años después de la tragedia, algunos voceros de izquierda los acusarán de ser sus entregadores, una afirmación desmentida incluso por Pablo Picasso, José Ortega y Gasset y Antonio Machado. Manuel Hedilla, dirigente de la Falange, dirá que a Federico lo mataron los ex cedistas y que, por el contrario, la Falange hizo lo imposible por salvarlo. García Lorca llegó a la casa de los Rosales el 11 de agosto, según declaraciones de su chofer Francisco Murillo. Cinco días vivió allí, hasta el domingo 16 de agosto cuando un piquete de hombres uniformados ingresó a esta casa y, a pesar de las protestas de doña Esperanza, el poeta fue detenido. ¿Y los varones de la casa? No estaban, porque si hubieran estado otro habría sido el desenlace. Los jefes del piquete militar que ingresaron a la casa de los Rosales (hoy transformada en Hotel Reina Cristina) fueron, además de Ramón Ruiz Alonso, Federico Martín Lago y Juan Luis Trescastros, un abogado de extrema derecha que luego del crimen dirá orgulloso: “Yo mismo le pegué a ese maricón tres tiros en el culo”. Según la información disponible, García Lorca se entregó sin resistencia y con la certeza de que se trataba de una detención en la que su vida no corría peligro. La Guerra Civil recién se iniciaba y García Lorca y sus amigos estuvieron convencidos casi hasta lo último de que no había razones para temer lo peor. ¿Cómo fue que esta patrulla llegó a la casa de los Rosales? Parece que el sábado 15 de agosto habían allanado otra vez la Huerta de San Vicente. Los uniformados amenazaron con matar al padre de Federico y entonces su hermana, con la idea de calmar a las fieras, les dijo dónde estaba escondido el poeta. Cuando los hermanos Rosales tomaron conocimiento del allanamiento a su casa se dice que pusieron el grito en el cielo. Miguel Rosales amenazó con meterle plomo a Ruiz Alonso. Los Rosales no podían admitir que un trepador de esa calaña, el hombre que el propio Primo de Rivera había calificado como “el sindicalista domesticado de la Ceda”, se hubiera dado el lujo de allanar su casa, faltarle el respeto a su madre y detener a un huésped. La lucha interna en la Falange estaba desatada y Ruiz Alonso quería probar que los Rosales no eran tan fieles y devotos de la causa como decían, porque si lo hubieran sido no habrían protegido a un rojo, marica e integrante de la logia Alhambra. Ruiz Alonso, mientras tanto, se entendía con el gobernador civil José Valdés Guzmán. Fue en esa ocasión, cuando dijo que García Lorca “ha hecho más daño con la pluma que muchos con su pistola”. Valdés Guzmán fue el que dio la cara ante los Rosales. Las presiones deben de haber sido fuertes porque admitió que José se entrevistara con Federico, pero de todos modos la orden de matarlo fue dada rápidamente, entre otras cosas porque temían que en caso de demora, las relaciones de poder de la familia de García Lorca lograran salvarle la vida. La otra persona que se movilizó por Federico fue el músico conservador Manuel de Falla, don Manuel, amigo del poeta. Conversando hace un par de años con un cronista de Granada sobre esta tragedia, me dijo en cierto momento: “No se llame a engaño; el único que se movió para salvar la vida de Federico, fue don Manuel”. Ese fin de semana de agosto, no fue bueno para los García Lorca. El mismo 16 de agosto fue fusilado en los tapiales del cementerio de Granada, Manuel Fernández Montesinos, alcalde socialista de la ciudad, casado con Concha García Lorca, hermana de Federico. Insisto. La guerra civil operaba sin compasión. En Málaga, sin ir más lejos, republicanos armados acababan de perpetrar una matanza de derechistas entre los que se incluían sacerdotes y monjas. En Granada, controlada por la derecha, se pagaba con la misma moneda. Mientras tanto, los Rosales lograban una orden de libertad firmada por el coronel Antonio Gómez Espinosa. Cuando la presentaron, les informaron que “el reo acababa de ser trasladado a ‘La Colonia’, una ex escuela ubicada en las afueras de Granada transformada más que en un centro de detención en el lugar donde alojaban a los condenados a muerte, antes de darles el último paseo”. El final es conocido. En la madrugada -se supone que del 18 de agosto, pero hay quienes dicen que fue el 17- Federico fue “trasladado” junto con dos banderilleros anarquistas y un maestro hasta un lugar ubicado entre Viznar y Alfacar. Se presume que sus restos están enterrados por allí. El crimen, como dijo un poeta, fue en Granada, en su Granada.
Un cronista de Granada me dijo sobre esta tragedia: “No se llame a engaño; el único que se movió para salvar la vida de Federico fue don Manuel”, en referencia al maestro De Falla, amigo del poeta.
García Lorca fue ejecutado en agosto de 1936; un mes después, en Madrid, era fusilado el intelectual de derecha Ramiro de Maeztu; y en noviembre de ese año corría la misma suerte el jefe de la Falange, José Antonio Primo de Rivera.